De la dignidad en política

26/06/2021 - 13:46 Manuel J.Pérez Lorenzo

Hay algunas personas que merecen ser votadas por sí mismas, y no por sus siglas, porque al menos parece que no venden su dignidad y eso nos reconcilia con la democracia.

Perdón por la ordinariez de empezar hablando de mí mismo, que, por otra parte y como diría Woody Allen, seguramente sea el tema que mejor domine. Soy madrileño de nacimiento y alcarreño de adopción, y, políticamente, soy liberal, es decir, de derechas —no de centro, a ver si nos enteramos—, o fascista, como sin duda diría una miríada de indigentes intelectuales y tres o cuatro paleomarxistas en blanco y negro.

Centrados, pues, un par de puntos de mi circunstancia vital, y como la actualidad manda, quiero transmitir un par de ideas sobre los dichosos indultos a esos nueve delincuentes que, por lo visto, al contrario que otros muchos miles, no han recibido justicia con su sentencia, sino venganza y revancha. Y no lo voy a hacer como jurista, aunque creo que estos indultos algo deben de tener del fraude de ley del art. 6.4 y/o del fraude procesal del art. 7 del Código Civil: la papeleta quedará para nuestros magistrados. Lo voy a hacer como ciudadano, porque ahora me interesa más el componente ético de la decisión que el jurídico. Y voy a ver si consigo explicarme, sin tener que utilizar términos técnicos. Por un lado, los indultos me parecen una golfada, por parte de quienes creen en ellos: Presidente del Gobierno y algunos ministros. Y, por otra, una pérdida de dignidad, por parte de quienes se ven forzados a defenderlos, en contra de su verdadero sentir: otros ministros, pendientes de una pronta crisis de gobierno; barones del partido, que han visto las barbas de su vecino pelar en Andalucía; empresarios, que apenas han visto la patita a los millones en ayudas de la Unión Europea en manos del Gobierno… Y, además, creo que no van a servir para nada. Aunque, no me digan, sufridos conciudadanos, que no es curioso que Aragonés haya dado dos años de plazo para acordar un referendum pactado, bajo amenaza de hacerlo unilateralmente. ¿Dos años? ¿Justo cuando tocan las nuevas elecciones? Ya. Si vuelve a ganar Sánchez, cuatro años más de indecencia e indignidad para inventarse algo; y, si gana la derecha… Pues, eso, a empujar y a quemar las calles.

Pero me interesan muy poco los primeros. Nada nuevo puedo decir sobre un presidente —y sus secuaces— que pasará a la Historia por hacer de la mentira su estrategia política, aunque me moleste que nos tome a los ciudadanos por imbéciles sin criterio y sin memoria. Me interesan más los segundos, los que han vendido su dignidad por un plato de lentejas. Peor: por la promesa de un mentiroso de un plato de lentejas. O tampoco; en realidad me interesan aquéllos que son la cruz de la moneda en la que estos ponen la cara, nunca mejor dicho. Me interesan esas personas que, pese a todo, mantienen su dignidad.

Nuestro sistema político promueve que se vote a los partidos, en lugar de a las personas. Y, mientras exista la disciplina de voto, seguirá siendo así. ¿Para qué queremos 350 representantes que votan como uno, al dictado de su líder? Prefiero veintipocos que voten con el porcentaje que les corresponde por los escaños de sus partidos, y nos ahorramos cerca de trescientos veintitantos padres de la patria.

Sin embargo, hay algunas personas que merecen ser votadas por sí mismas, y no por sus siglas, porque, al menos, parece que no venden su dignidad. Y eso nos reconcilia con nuestra Democracia y nuestro Estado de Derecho. Y voy a nombrar solamente a tres, que merecen admiración: Cayetana Álvarez de Toledo, Isabel Díaz Ayuso y, sobre todo —por la que está cayendo— Emiliano García-Page. Valientes, voz propia y dignidad para regalar.

Seguramente, nunca tengáis mi voto: Cayetana e Isabel, sois conservadoras; Emiliano, eres socialista. Pero siempre vais a tener nuestro respeto.