De las tortillas de Guadalajara

22/02/2016 - 23:00 Pedro L.Toledo

Mucha gente de Guadalajara recordará un bar (no daré más datos), donde el propietario cortaba las tortillas con la alargada uña su dedo meñique. Al fin y al cabo, lo que no mata engorda.
Llevaba mucho tiempo comprando el pan en el mismo sitio, tenían panes de distintos sabores y olores: candeal, con nueces, con frutos secos, chapata, de pueblo, etc.
La combinación era perfecta, productos de gran calidad con la simpatía de la persona que atiende. Nos conocíamos desde niños e incluso de vez en cuando intercambiábamos algún chascarrillo.
Pero, quizá por la falta tiempo, quizá por no ir a posta hasta allí, terminé cambiando de sitio y comprando el pan donde me pillaba de paso. Hasta que pasó lo que pasó y me hizo pasar del sitio y dejar de pasar al sitio.
Entré con las mismas prisas de siempre y pedí lo de siempre. En un primer momento no lo vi, pero mi subconsciente captó algo. Fue como un choque en mi cabeza. Una cosa me chirriaba. Me fijé, miré, lo vi y grité.
-Pero ¡LECHE¡, ni pan ni narices ¡ME VOY¡. No he vuelto por allí. Reconozco que no fui muy cortés. ¿Qué es los que vi? Un chico de unos 28 o 30 años, al lado de quien servía el pan, se estaba cortando las uñas de los pies. No es ninguna exageración, ni ningún recurso literario, ni nada por el estilo. Literalmente estaba armado con un cortaúñas dándole candela a las uñas de su pie izquierdo. Desconozco eso sí, si se había lavado los pies allí mismo o no. Hubiera sido todo un detalle por su parte.
En cualquier caso, yo de momento, no he conseguido dominar el arte del lanzamiento de uña. Esto es, creo que por mucha habilidad que pudiera tener el mozo en dicha faena, la dirección que pueden tomar las uñas una vez son cortadas es diversa o variopinta. Con lo que lo mismo acaba la uña del dedo gordo, dentro de los regalices, que la del meñique en el interior de una chapata.
Pero, como el Padawan es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Volví a buscar otro sitio que me pillaba de paso. El anterior se ubica en un bulevar de la periferia de Guadalajara (no daré más datos). El nuevo en el mismísimo centro de Guadalajara (tampoco daré más datos).
Cuál fue mi sorpresa, cuando mi hija (le tocó a ella bajarse del coche por el pan) vino diciendo que el señor que le acababa de vender el pan, se estaba afeitando. Para intentar salir de mi asombro, me bajé del coche con el pan debajo del brazo. Entré en el establecimiento y comprobé como el buen hombre, usaba a modo de palangana un recipiente de plástico que antes debería haber contenido coca-colas de goma o nubecitas rosas. Espero que después de aquel día, no contuviera nada comestible.
Procuro ser educado, pero además de dejarle el pan en el mostrador, he de reconocer que blasfemé y salí con un cabreo debajo del brazo. Desde entonces, he vuelto al sitio de toda la vida, con sus panes de distintos sabores y olores. Nos soltamos algún chascarrillo de vez en cuando. E incluso como somos de la misma edad e íbamos al mismo Instituto, recordamos lo buenas que estaban las tortillas “a la uña”. Que la fuerza os acompañe.