De Madrid a Burgos por Guadalajara

26/07/2013 - 00:00 José Serrano Belinchón

 
  Parece el título de un libro de viajes, pero en realidad no lo es; más bien se trata de la crónica sobre la marcha de un empeño comprometido en extremo, llevado a término por tres jóvenes que en la noche del once al doce de octubre de 1938, en plena Guerra Civil, se pasaron de la zona republicana a la zona nacional por senderos desconocidos de la Sierra Norte de Guadalajara, cruzando a campo través por tierra de nadie la peligrosa línea entre las dos Españas, desde la falda del Ocejón hasta la Transierra.
 
   Objetivo, cruzar la línea en intensa noche de lluvia, con Cantalojas como estación términi. Fueron escalas de esa aventura Chiloeches, Fontanar y Campillo de Ranas, que setenta y cinco años después recobra actualidad; pues el cronista, uno de los tres jóvenes militares comprometidos en la huida, fue Álvaro del Portillo, prelado que sería tiempo después del Opus Dei, fiel colaborador y sucesor de san Josemaría Escrivá, quien por aquellas fechas les esperaba en la ciudad de Burgos. Una historia emotiva, de sufrimiento y de esperanza, en la que en todo momento, como así consta, estuvo presente la mano de Dios. Monseñor Álvaro del Portillo, madrileño, Ingeniero de Caminos, primer obispo-prelado del Opus Dei, falleció en Roma en olor de santidad el 23 de marzo de 1994.
 
  El papa Juan Pablo II asistió a rezar ante su cadáver a la Sede Central del Opus Dei el día de su muerte. Nadie hubiera podido imaginar que sobre una misma fecha otro pontífice, el papa Francisco, firmaría el decreto de beatificación de uno y de canonización del otro, a la vista de los correspondientes milagros debidos a su intervención. Del acontecimiento, atribuido a la mediación de don Álvaro del Portillo se han hecho eco en estos últimos días muchos de los medios de comunicación del nuestro y de otros países. Se trata de la reanimación de un bebé, José Ignacio Ureta Wilson, operado del corazón en Santiago de Chile, al que fuera de toda esperanza y sin que los médicos pudiesen hacer nada más por reanimar con éxito su pequeño corazón, sin latir durante media hora, hasta que la madre y la abuela encomendaron la vida del bebé a don Álvaro y el corazón del recién nacido comenzó a latir de nuevo. Los médicos que le trataron manifiestan no haber encontrado explicación científica a lo ocurrido, es más, lo llegaron a dar por fallecido.
 
   Este hecho tuvo lugar en el año 2003. José Ignacio es hoy un niño sano, con desarrollo normal, al que le gusta jugar al fútbol, componer canciones y vender alegría y vitalidad desde sus diez años. Los españoles no somos muy dados a considerar estas cosas, y menos aún a darles el valor que en sí encierran; pero son realidades palpables que ahí están. Habrá quienes las consideren banales, noticias que ni siquiera merecen el menor comentario, que son tan escasas, tan contracorriente con lo que se presenta a diario en los noticiarios y en las tertulias de los comentaristas; pero que para otras gentes de bien, que lo son tantas, fulguran, si no como el sol en día despejado, sí como la luna llena en plena noche, dando un poco de luz a un mundo que se nos va de las manos. Que haya un compatriota más en los altares es siempre una buena noticia.