Delibes, mi héroe con gorra

28/08/2020 - 18:09 Javier Yagüe

Un siglo con Delibes, 10 años sin él. Parece que por fin se podrá visitar en septiembre su exposición-homenaje en la Biblioteca Nacional. Apabullan los elogios al último castellano libre, alma, guardián y uno de los más brillantes servidores del idioma.

Habló del campo como pocos han sabido hacerlo. Vestido con su inolvidable gorra, era el escritor de la Castilla rural, de gente sin voz,  amarrada a una vida de madrugones, sudores y avatares, pendiente y temerosa de los estallidos del cielo que podían destrozar meses de labor.
 

“Soy como un árbol, que crece donde lo plantan», decía de sí mismo el también periodista, académico y uno de los autores más leídos, queridos y recordados de su generación. Un imprescindible de la gran literatura en español, además de referente intelectual y moral de su tiempo, y ejemplo de honestidad y compromiso.
Puede que la España que describe y cómo lo hace sólo conecte ya con lectores que lo conocimos y jóvenes provenientes del ámbito rural que sentimos esa España tan cercana como esta del siglo XXI. Siguen vigentes las obsesiones reflejadas en sus novelas, ideales para ser leídas durante este verano singular: pacifismo, no-violencia, naturaleza amenazada, mundo agonizante, progreso sin freno y devastador.

Hombre que hizo devoción del paseo, la charla con los campesinos y la caza, decía que le horrorizaba el barullo, el ruido y la prisa de grandes ciudades como Madrid. Quizá lo decía en broma, pero creía que los académicos no hacían mucho caso a sus aportaciones, como nombres de pajarillos desconocidos que no recoge el diccionario pero de uso común en ornitología.

Cuando recibió el Premio Cervantes contó que había pasado una parte importante de su vida viviendo la de sus personajes: el Mochuelo, Lorenzo el cazador, Menchu, el Viejo Eloy, el señor Cayo, el Azarías… No citó a Nini, ese niño de Las ratas capaz de interpretar el lenguaje de la naturaleza: del viento, de los árboles, del santoral, del vuelo de los pájaros… “El campo –sostenía- es una de las pocas posibilidades que aún quedan para huir”. Era mi ídolo.