Democracia consultiva

09/05/2017 - 14:36 Jesús Fernández

Todos rechazamos  las injusticias y las desigualdades y todos trabajamos para superarlas pues parece que sólo luchan contra ellas los dirigentes  de los grupos políticos.

En la práctica, el pueblo es el último eslabón de la cadena democrática, a pesar de que todo parece comenzar en él y por él pero sin él. La dialéctica aplicada demuestra que los dirigentes de los partidos políticos usan al pueblo como un comodín. Ellos se debaten entre acudir al pueblo para  legitimar, en origen, sus atribuciones y competencias pero luego hacen y deciden, por sí solos, lo que les dicta sus intereses. Es lo que llamamos una democracia consultiva, protocolaria, de trámite. La población habla pero nadie se siente obligado a seguir sus mandatos. El pueblo no tiene la última palabra sino la penúltima. Se sienten autónomos e independientes para tomar las propias decisiones escudándose en el “aparato”. Es la neurodemocracia. Estamos defendiendo desde estas páginas que el análisis y la perspectiva de la democracia tienen que ser una labor multidisciplinar y aportamos la dimensión antropológica y crítica de la misma.
    Que sepan los miembros y dirigentes altivos de los partidos que, cuando los ciudadanos sencillos rechazan y critican sus prácticas, no están rechazando o negando la democracia sino su autosuficiencia, su ambición y su soberbia como personas, para proponerse como referencia popular. Todos rechazamos  las injusticias y las desigualdades y todos trabajamos para superarlas pues parece que sólo luchan contra ellas los dirigentes  de los grupos políticos. Se creen omnipotentes pero cuando les conviene se proclaman impotentes para solucionar los problemas de la vida. En la vida política nacional, los partidos asisten desde el palco mientras que el pueblo está abajo, apretado, confundido y confinado. Hay demasiados palcos políticos en nuestro país.
    Los procedimientos y las técnicas habituales de la democracia parecen obsoletas  y no consiguen los resultados que se pretenden. Por eso comienza a hablarse (J. Burnheim, 1927) de una “demarquía” con origen en la misma terminología  griega, consistente en procedimientos  aleatorios pues para conseguir la representación actual de una voluntad general no hay que llamar personalmente, nominalmente, a votar a todos los ciudadanos sino que, para el fin de la hegemonía del poder, bastaría con unos cortes o catas de la ciudadanía representativa. La ciudadanía tiene muchos “picos” de representación dentro de una sociedad plural y hay que explorar nuevas fórmulas como han hecho ya algunos países. ¿No tenemos la figura del llamado “tribunal popular” dentro de la administración de la justicia? No se necesita una especialidad para juzgar el bien frente al mal. Porque parece que la democracia, como juicio y voluntad,  es sólo una especialidad de los partidos tradicionales que desarrollan una democracia técnico-profesional. Profesionales de la democracia son todos los ciudadanos.