Democracia e incapacidad moral

10/11/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Los ciudadanos asistimos asombrados cada día a la aparición de nuevos “episodios nacionales” como son los comportamientos inmorales de nuestros políticos y gobernantes. En los últimos años hemos hecho, con éxito aparente, una transición política pero falta por hacer la travesía moral del desierto de valores a la democracia y a la transparencia. Resulta muy contradictorio que la democracia se use para favorecer la impunidad. Más aún, parece como si la democracia amparase o invitase a dicha impunidad. Hay ciudadanos intocables y privilegiados a pesar de la democracia. Menos mal que todavía existe el escándalo de la población, pues eso significa que hay en la sociedad una capacidad de asombro, de impresión y reacción basada en un músculo moral. Sin embargo, estamos llegando al punto muy peligroso de insensibilidad y de aceptación resignada de la situación. A eso llamamos incapacidad moral de la democracia que no puede proporcionar ninguna regeneración social por falta de voluntad o de decisión. Podemos invocar la antropología del pesimismo de Hobbes o de Freud. Todos los hombres son naturalmente corruptos y malos por naturaleza. Están infectados de avaricia, de codicia y se contagian unos a otros. Las leyes positivas tienen que corregir o impedir que dicha maldad se extienda y se generalice en la sociedad. No lo hacen. Y el interés, el robo, el engaño y el fraude campan en los terrenos del Estado igualmente corrupto en su estructura y funcionamiento, asemejándose a unos acuerdos mafiosos. Es la escandalera nacional y el robo nuestro de cada día. Así no podemos seguir ni transmitir confianza en los valores a nuestros jóvenes que creen que la democracia protege y tolera la corrupción siendo sinónimo de ella.
Parece como si el silencio ante la corrupción fuese un pacto entre las clases dirigentes. Así no puede haber seguridad ni libertad en la defensa de los derechos fundamentales. Estamos caminando peligrosamente hacia una sociedad de la impunidad, dada la complejidad existente para descubrir, identificar y castigar a los delincuentes. Incluso un desinterés de los poderes judiciales para investigar irregularidades socialmente alarmantes. La ONU ha denunciado la ceguera y la lentitud de la justicia en algunos países miembros. El poder hoy significa tener impunidad. Ninguna idea o frase expresa más claramente la relación entre autoridad y privilegios de clase. La escasa confianza de la población en la justicia, en su eficacia e independencia, está también en el origen de este desarme moral que sufre toda la sociedad pues cada delito no castigado invita a repetirle. Este es el efecto cadena de la corrupción. Por lo demás, los mismos que, gobernando, han amparado la corrupción están incapacitados y desacreditados para luchar contra ella.