Democracia tolerante

15/10/2018 - 11:30 Jesús Fernández

Con los comportamientos revolucionarios de ciertos grupos, la naturaleza “militarista” del Estado ha cambiado de sitio.

Siempre hemos contrapuesto democracia a intolerancia. Ahora, algunos estrategas  del pensamiento interesado (o sea políticos pensando desde los intereses pues ¿quien paga la hipoteca?) hablan de que en democracia hay que tolerar ciertas cosas o comportamientos. Los muchachos de la gasolina, los grupos revolucionarios. Nos quieren decir que la democracia tiene un gran margen de connivencia con la violencia que tiene que ser asumida y la violencia tiene un grado asumible. Para otros, rige el principio de “a la democracia por la intolerancia” y la violencia. Esto sí que es incompatible con la democracia. Algunos creen que, usando una pedagogía errónea, hay que tolerar  cierto nivel de violencia para que los ciudadanos se explayen, se desahoguen, expresen sus instintos y dejen en paz a los gobernantes. En definitiva, cierto grado de violencia es asumible por la democracia.

Aunque parezca mentira, el problema o el obstáculo para nuestra democracia es la tolerancia, o sea, el populismo. Ya decía Platón en su obra  Política lib.VIII que el exceso de libertad no lleva a otra cosa que a la caída en un exceso de esclavitud. Hay muchos Spartacus en nuestro tiempo. La tiranía se desarrolla a partir de la democracia, de la más estricta libertad se pasa a la servidumbre más calamitosa. Muchos ciudadanos no saben ejercer su libertad más que rechazando el orden de la sociedad en la cual viven. Existen una serie de iniciativas que nos preocupan a todos. Existe un populismo muy peligroso pues se prometen y se reivindican derechos colectivos imposibles. Los derechos, como los impuestos, no son de las multitudes sino de los individuos.   

Ya sabemos que hay funcionarios de la desobediencia y profesionales de la rebelión. Y hay algunos partidos de naturaleza totalitaria. El núcleo de muchas personalidades está constituido por su impulso revolucionario y la ambición por conquistar y ejercer el poder. Ahora es más necesaria que nunca una teoría política que establezca los límites de la tolerancia en democracia. Ella no ha terminado con la servidumbre de las conciencias o de las clases sociales. Hay muchos servidores del desorden. Con los comportamientos revolucionarios de ciertos grupos, la naturaleza “militarista” del Estado ha cambiado de sitio y se ha pasado a las multitudes, ha pasado de los cuarteles a las calles. Se sustituye la fuerza armada por el pueblo armado de fuerza por su organización y sus dirigentes que se esconden y se blindan de algunas agresiones sueltas. La acción militar no puede ser encomendada al pueblo cuyo aparato de represión contra la ley no tiene ley. Los mismos que han armado al pueblo, cambian de objetivo cuando ven que sus protestas y sus armas apuntan a las autoridades mismas. Todo sea dicho en un sentido simbólico y de agresión verbal que a veces lo  verbal no es sólo una hipótesis.