Democracia y concentración de poder
15/05/2012 - 11:53
El poder en la democracia, por definición, radica en el pueblo, en el ciudadano como sujeto libre. Cuando, mediante las elecciones, se produce la transferencia de soberanía popular a las instituciones en forma de representación, ese poder ya no depende tanto del ciudadano sino que sigue un camino y obedece a unas reglas extrañas. Generalmente son los intereses del propio representante o elegido el que marca la dirección y la gestión del poder confiado. También los partidos políticos como organizaciones fuertes que se interponen entre el individuo y la sociedad, son los beneficiarios de ese inmenso caudal que hace posible las decisiones políticas, económicas o administrativas.
A todo eso hay que añadir el pluralismo existente en las sociedades modernas que hacen muy difícil la coincidencia de intereses entre grupos. Más aun, muchas veces son aspiraciones contrarias y exigencias contradictorias. Con todo ello, el ejercicio del poder se ve obligado a una serie de concesiones y variables que hacen muy difícil conseguir sus objetivos. Por ello, han surgido en las democracias modernas una serie de poderes transversales que, en vez de ayudar, muchas veces impiden las leyes y los sistemas de gobierno. Ahora mismo hay una generación de ciudadanos que se cuestionan el exceso de concentración de poder que no favorece la eficacia de nuestros modelos y servicios democráticos a la ciudadanía. ¿Cómo y por qué se ha llegado a esta situación?
En primer lugar, en su día se identificó, erróneamente, centralismo con exceso de autoridad y se confundió con falta de libertad. De ahí nació el deseo y la propuesta constitucional de diversificar el ejercicio de las libertades acudiendo a otras instancias. Se interpretó la democracia como una licencia, como una posibilidad de multiplicar y diversificar los centros de decisión y de poder creando nuevos tramos en la cadena de la autoridad derivada. Se inventaron mandatos y se convirtieron en razón y fuente de poder cualquier circunstancia colectiva de identidad, historia, territorio, cultura, pertenencia. Todos exigen competencias, mandar, legislar, regular, imponer, autorizar. El poder es único pero las manos y los centros se multiplican. El poder engendra más poder. Demasiadas instituciones, demasiada administración, organismos e instancias reguladoras, demasiados controles.
Por otra parte, el ejercicio y la gestión del poder cuestan dinero, consumen recursos, emplean personas. Nadie asume competencias sin trasferencias. Hay que pagar a los ciudadanos que ejercen el poder de decisión. Nadie decide gratuitamente. Tenemos una economía y unos recursos al servicio del poder y cuanta más economía del poder haya menos poder de la economía existe. Hemos descubierto y aplicado cierta austeridad a la economía, ahora tenemos que aprender la austeridad y la disciplina en el poder que despilfarramos. Por contradictorio que parezca, el exceso y la concentración de poder empobrece a una sociedad. Hay que elegir entre economía y política.
A todo eso hay que añadir el pluralismo existente en las sociedades modernas que hacen muy difícil la coincidencia de intereses entre grupos. Más aun, muchas veces son aspiraciones contrarias y exigencias contradictorias. Con todo ello, el ejercicio del poder se ve obligado a una serie de concesiones y variables que hacen muy difícil conseguir sus objetivos. Por ello, han surgido en las democracias modernas una serie de poderes transversales que, en vez de ayudar, muchas veces impiden las leyes y los sistemas de gobierno. Ahora mismo hay una generación de ciudadanos que se cuestionan el exceso de concentración de poder que no favorece la eficacia de nuestros modelos y servicios democráticos a la ciudadanía. ¿Cómo y por qué se ha llegado a esta situación?
En primer lugar, en su día se identificó, erróneamente, centralismo con exceso de autoridad y se confundió con falta de libertad. De ahí nació el deseo y la propuesta constitucional de diversificar el ejercicio de las libertades acudiendo a otras instancias. Se interpretó la democracia como una licencia, como una posibilidad de multiplicar y diversificar los centros de decisión y de poder creando nuevos tramos en la cadena de la autoridad derivada. Se inventaron mandatos y se convirtieron en razón y fuente de poder cualquier circunstancia colectiva de identidad, historia, territorio, cultura, pertenencia. Todos exigen competencias, mandar, legislar, regular, imponer, autorizar. El poder es único pero las manos y los centros se multiplican. El poder engendra más poder. Demasiadas instituciones, demasiada administración, organismos e instancias reguladoras, demasiados controles.
Por otra parte, el ejercicio y la gestión del poder cuestan dinero, consumen recursos, emplean personas. Nadie asume competencias sin trasferencias. Hay que pagar a los ciudadanos que ejercen el poder de decisión. Nadie decide gratuitamente. Tenemos una economía y unos recursos al servicio del poder y cuanta más economía del poder haya menos poder de la economía existe. Hemos descubierto y aplicado cierta austeridad a la economía, ahora tenemos que aprender la austeridad y la disciplina en el poder que despilfarramos. Por contradictorio que parezca, el exceso y la concentración de poder empobrece a una sociedad. Hay que elegir entre economía y política.