Democracia y pobreza
11/01/2013 - 00:00
En el esquema social de muchas personas, democracia y participación parecen la mejor forma de crear riqueza y luchar contra la pobreza en el mundo. Cuando hablamos de pobreza nos referimos al concepto técnico de ella, tal como se vive en el llamado tercer mundo, falta de alimentos, vestidos, vivienda, sanidad y educación. Sin embargo, hay entre nosotros una pobreza oculta que convive con el desarrollo más provocante. Así, por ejemplo, nadie entiende que la pobreza sea un peligro para las democracias modernas. ¿Existe en ellas una auténtica voluntad de luchar contra esa pobreza interna? La angustia, la preocupación y la desconfianza ante la economía han sustituido a las sensaciones de seguridad que reinaban antes. Superada la etapa de la era industrial en Europa, todos creíamos que la economía estaba definitivamente encauzada y dirigida a alcanzar los más altos niveles de bienestar.
Y sin embargo, no es así. ¿Dónde está la fuerza de la política? ¿Dónde están los poderes de los gobernantes para combatir la pobreza? Por otra parte, según algunos, la angustia y el miedo es lo que ha hecho progresar siempre a la humanidad. En el capitalismo moderno, la pobreza relativa y convencional de nuestro mundo desarrollado, es utilizada como arma e instrumento para atacar a la propiedad privada y ganar puntos en la democracia o votos en las elecciones. Unos partidos políticos arrojan la pobreza contra la democracia y otros la democracia contra la pobreza, demostrando poco interés para superar la pobreza de muchos.
Ella parece un subsistema de las democracias capitalitas y hay que aprender a convivir con ella. Al mismo tiempo, los ricos usan el miedo a la pobreza como una forma de luchar contra la democracia. Todo esto sucede igualmente en los protagonistas de la nueva izquierda que se ofrecen como canal y representación de los pobres pero que ellos viven como ricos. No nos olvidemos de la dictadura del proletariado, base y sistema, todavía, de muchos regímenes nacionales políticos. Ellos, que han hecho de la visión económica del mundo el centro de sus intrigas y estrategias sociales, parecen interesados en que siempre haya pobres. En política, los valores humanos, la dignidad de la persona, la defensa de la vida y sus condiciones, tienen que ser siempre objetivos finales, no instrumentales.
En los sistemas democráticos de hoy, la pobreza no es contemplada en su dimensión moral, como una forma del mal en el mundo contra el que hay que luchar, sino que es vista como parte de la estructura social e incorporada a la estrategia de la lucha de clases, como un cálculo de adhesiones y de voluntad. Allí donde la pobreza interior y relativa no pone en peligro la democracia, sí hace que los ciudadanos pierdan la confianza en ella. Más aun, muchos ciudadanos piensan que la democracia no soluciona los problemas existentes entre nosotros.
Ven al Estado muy alejado de sus preocupaciones o necesidades más urgentes y no esperan de él iniciativas eficaces para erradicarla. Solo se preocupan de asegurar la lealtad al sistema. Los más pobres de la tierra parecen decir que la democracia y la participación no van con ellos y se desentienden de los numerosos intereses que se organizan en torno a la pobreza existente. Porque también es posible que algunos se enriquezcan con la pobreza de los demás.