Denuncias fiscales

16/03/2019 - 12:32 José Ramón Solano

Todos los motivos para denunciar son bienvenidos. Resulta indiferente que sea una vendetta vecinal, mal de ojo familiar, o incluso lucha de buena fe contra los insolidarios fiscales. Todo vale.

Sólo el año pasado se presentaron más de 10.000 denuncias por conductas presuntamente fraudulentas en materia fiscal, más de 50.000 en los últimos cuatro años. Quiero entender que se comprueban todas, sin olvidar ninguna, aunque su aspecto sea lo suficientemente repugnante para tirarlas a la basura.  Todas deben de pasan el filtro de funcionarios, que, con independencia de la falta de pulcritud de la ortografía, la falta de identidad del denunciante, o del contenido, seguro que se lo curran hasta que su profesional criterio dictamine, en primera instancia, si hay que continuar o no en la investigación, o desecharla por carente de fundamento.

¿Y cuáles son los motivos por los que alguien denuncia? Si esperan algo distinto a lo que están pensando, están equivocados, todos son válidos, puede que alguno pelín bastardo, envidioso, cuñados que no se hablan en las cenas de Navidad y ni levantan la mirada del plato aunque su mente rezume como empezar el Año nuevo liquidando al contrario con un ataque inesperado a la yugular económica y contárselo a dos, a España y al extranjero, y sobre todo en el barrio en el que vive el presunto.

Allende el norte cercano a la aurora boreal, se publican listas de los ingresos declarados de los contribuyentes por calles y por pisos para que cada uno les vea la cara a los vecinos y compruebe si lo declarado se ajusta o no a sus signos externos. Se imaginan bajar en el ascensor bajándose las mangas para evitar la mirada hacia el peluco de marca, bufanda para disimular collares de perlas, o llevar guantes para evitar el frío y sobre todo para que no se vean los pedruscos anclados al anular. Mejor bajar andando y con la luz apagada.

Todos los motivos para denunciar, de forma anónima, o identificada con NIF, son bienvenidas, resulta indiferente que sea una vendetta vecinal, mal de ojo familiar, o incluso lucha de buena fe contra los insolidarios fiscales, todo vale. La AEAT lleva recaudando en los últimos años del orden de los 15.000 millones de euros, destacando los ingresos de 500 millones de modo espontáneo sin requerimiento previo, lo que evidencia que el miedo es un buen consejero.

El pero lo pone la crisis que aún nos acecha, y amenaza con volver, que ha impedido que se renueven excedencias o jubilaciones del personal de la AEAT, y que ha colocado a España en el vagón de cola en número de funcionarios dedicados a la represión del fraude en comparación con otros países desarrollados. Un país como Polonia, con una población algo menor que la española (38 millones frente a 46 millones), tiene 49.000 funcionarios destinados a gestionar los impuestos, mientras que la Agencia Tributaria española apenas dispone de 27.000 empleados. Si la comparación se hace con Francia, el resultado es todavía más elocuente. Francia, con un 41% más de población, tiene cuatro veces más de funcionarios dedicados a recaudar impuestos, y lo mismo sucede en el caso de Alemania, Reino Unido, o incluso Italia, otro país con un fuerte peso de la economía sumergida. Un país como Holanda, con una población que representa apenas la tercera parte de la de España, tiene más funcionarios de Hacienda, lo que puede explicar por qué los Países Bajos se encuentran a la cola en cuanto a fraude fiscal. Baste decir que los informes más recientes evidencian que alrededor de la quinta parte del PIB -unos 200.000 millones de euros- escapan al control de nuestra Hacienda. Si calculamos una prudente cuota media de un 20% sobre lo eludido, las arcas del Tesoro recaudarían del orden de 50.000 millones de euros, y se terminarían las tarjetas amarillas de la Unión Europea por el déficit presupuestario y los negros nubarrones sobre las pensiones de un par de generaciones.

El mes pasado el Banco de España ha reconocido que el número de billetes de 500 cayó a niveles de 2003, bastante antes de la crisis. No obstante, se calculan que aún existen cerca de 15.000 millones en billetes de color morado, que en España ya han dejado de emitirse, lo que, a buen seguro, los convertirá en una pieza numismática de gran valor, incluso superior al nominal.

Medidas como el control de pagos en efectivo y el blanqueo fiscal, están asediando a los cada vez menos poseedores de la joya de la corona de la ocultación. La cueva de Alí Baba se convierte en almoneda, y pronto el color de sus billetes sólo será representativo de la Semana Santa, señal de que la gran crisis tiene visos de estar cerca de terminar, o no, eso sí, en términos macroeconómicos, porque los salarios siguen siendo la asignatura pendiente.

Al fin volvemos a los Capirotes tradicionales en modo violeta, aunque aún transitamos por el túnel y la luz clara de la salida tenue es.