Día del Papa

01/07/2012 - 00:00 Atilano Rodríguez




     El pasado día 29, festividad de los apóstoles Pedro y Pablo, el Papa Benedicto XVI celebraba los sesenta años de su ordenación sacerdotal. Aunque los católicos siempre pedimos la ayuda de Dios para el Santo Padre en cada celebración eucarística, nuestra oración por su persona y necesidades ha sido especialmente intensa durante el último mes, tanto en las parroquias como en las comunidades religiosas.

  Tenemos que dar constantes gracias a Dios por el testimonio de fe en Jesucristo y de amor a la Iglesia que se percibe en las celebraciones, discursos y actuaciones del Santo Padre. Gracias al testimonio creyente y al magisterio del Sucesor de San Pedro, nosotros podemos vivir y celebrar hoy la fe de los apóstoles, la fe de los orígenes, la única que puede salvarnos y que nos pone en contacto con Jesucristo, verdadero y único Salvador de la humanidad.

  Pero, además de orar por el Papa, sucesor de Pedro y centro de unidad de todos los creyentes del mundo, como buenos cristianos hemos de mostrar públicamente nuestra comunión con él, acogiendo cordialmente sus enseñanzas y llevándolas a la práctica desde una actitud de obediencia filial. Detrás de la persona del Santo Padre, está en todo momento la acción poderosa de Jesucristo y la fuerza del Espíritu Santo como garantía de la autenticidad de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.

  A pesar de su fidelidad a Cristo y de sus manifestaciones de amor a todos los hombres, Benedicto XVI, durante los años de su pontificado, ha tenido que soportar en distintos momentos la calumnia, el desprecio y la mentira por parte de los enemigos de la Iglesia y por parte de algunos grupos de bautizados, que se confiesan cristianos, pero desean reducir el Evangelio a sus criterios personales o a los criterios culturales del momento. A bastantes grupos sociales les duele que el Papa proclame la Palabra de Dios desde la fidelidad a los orígenes y no defienda los criterios culturales más en boga en la actualidad.

  Su defensa de la verdad dentro y fuera de la Iglesia, sus llamadas constantes al respeto de la dignidad y de los derechos de todo ser humano y sus invitaciones a seguir a Cristo con valentía chocan frontalmente con las ideologías del momento y con la sumisión generalizada a los criterios de los poderosos de este mundo. La festividad de San Pedro y San Pablo, en la que celebramos el “Día del Papa”, es una buena ocasión para renovar la comunión con el Santo Padre y para acoger con alegría su rico y fecundo magisterio. Todos tendríamos que leer y meditar con más frecuencia las enseñanzas de los Papas, pues en ellas encontraríamos nueva luz para profundizar en los documentos del Concilio Vaticano II y para conocer la realidad actual de la Iglesia y de la sociedad.