Día del Seminario

20/03/2011 - 00:00 José Sánchez González

Como todos los años, en la Fiesta de San José, celebramos el Día del Seminario. En él se nos invita a considerar el Seminario y los seminaristas como algo propio de todos los diocesanos, como una institución y un servicio de la diócesis necesario para la formación de nuestros sacerdotes y de cuya existencia y buen funcionamiento dependerá que podamos seguir contando con sacerdotes bien preparados para nuestro servicio, el de nuestras comunidades y parroquias y para ayudar a otras diócesis o comunidades más necesitadas. La oración, la preocupación, el afecto y la ayuda a nuestros seminaristas y la oración, el trabajo e interés por las vocaciones no es sólo asunto de un día, sino de todos los días, de siempre. Pero en el Día de San José, Patrón de los Seminarios, por haber tenido él tan alta responsabilidad en la educación del Sumo y Eterno Sacerdote, nuestra preocupación, nuestra oración y nuestra ayuda al Seminario han de ser mayores.  

   Teniendo en cuenta, además, la precaria situación en que nos encontramos, con sólo dos seminaristas en el Seminario Mayor y cinco en el Menor, nuestra llamada e invitación a todos los diocesanos se hace apremiante. Frente a las diversas opiniones y valoraciones del sacerdote en la opinión pública actual en nuestra sociedad, algunas de ellas negativas y hasta hostiles, afirmamos en la campaña a favor del Seminario de este año, con palabras del Papa Benedicto XVI que el sacerdote es un don de Dios para el mundo. Efectivamente, tanto por su origen, como por su actuación, como por su fin, el sacerdote es un don, un regalo una gracia de Dios para servir a los creyentes y a sus comunidades, así como a los no creyentes, y a la sociedad y al mundo. En el origen del sacerdote está la llamada, la vocación. Nadie puede ser sacerdote si no es llamado, si no tiene vocación, si no es formado para ese ministerio, si no recibe ser sacerdote y la misión correspondiente por el Sacramento del Orden Sacerdotal.

  En el ejercicio de su ministerio, el sacerdote se implica con toda su persona para hacer llegar la acción de Dios, la vida divina, la gracia a los demás por medio de la palabra de Dios, por los sacramentos y demás acciones sagradas, por la oración por el pueblo y con el pueblo, por el servicio a pobres y enfermos, por el oficio del pastor de reunir, guiar, apacentar, curar, defender hasta dar la vida por los demás. Aun en las acciones que pudieran parecer de carácter menos sagrado, como la tarea educativa, social, de fomento y cuidado del patrimonio artístico, de “hacer barrio” o pueblo en poblaciones dispersas y aisladas… la tarea del sacerdote tiene que ver con el plan de Dios sobre el mundo de que todos formemos una sola familia. Todo ello es don de Dios para el mundo.

  Pidamos al Señor que envíe trabajadores a su heredad, seminaristas a nuestro Seminario y candidatos a los noviciados de los Institutos de la Vida Consagrada. Seamos fieles colaboradores de los ministros del Señor. Asumamos la responsabilidad que nos corresponde en la Iglesia a cada uno, por razón de la Ordenación, por la Consagración en la Vida Religiosa o por el Bautismo. Oremos por los seminaristas para que se formen bien, perseveren y sean santos sacerdotes. Que el Señor nos recompense y nos bendiga con numerosos y santos sacerdotes. ¡Qué magnífico regalo para nuestro nuevo Obispo D. Atilano, si el Seminario volviera a contar con más seminaristas! .