Diagnóstico de nuestro tiempo

24/02/2013 - 00:00 Jesús Fernández

 
 
 
 La sociedad no es una estructura mecánica (movida por fuerzas impersonales en lucha) aunque sea algo muy organizado. El término organización viene de organismo. Hay una teoría de la fisiología social adoptada por algunos autores (Comte y Saint Simon). Esa imagen refleja que la sociedad es un organismo vivo. Así se entiende muy bien la referencia a un diagnóstico de nuestro tiempo con las dificultades de establecer límites. Sin embargo, las dificultades para realizar un análisis de la sociedad están en el método. Vivimos una cultura virtual y la realidad se filtra y se presenta “mediatizada” o interpuesta siendo difícil llegar a la realidad en sí. Existen muchas interferencias políticas, ideológicas y económicas para entender lo que está sucediendo en el hombre y en los grupos. Y esa es la primera situación con que nos encontramos. Falta de radicalidad y exceso de frivolidad o cultivo de las apariencias. El hombre de hoy no afronta las cuestiones más decisivas y fundamentales de la existencia como puede ser a dignidad de las personas, la justicia y distribución de derechos y deberes sino que se entretiene en situaciones parciales o secundarias. Pan pero no pan solo. Al lado de esta superficialidad social y cultural, sucede en nuestro tiempo una pérdida de referencias y un abandono de prioridades. El pensamiento y el conocimiento ya no interesan. Las ideas se desprecian y se sustituyen por procesos pragmáticos funcionales. Se confía más en las estrategias, en la gestión del engaño, en las maniobras tácticas, en las conspiraciones.
 
   Las grandes decisiones legislativas obedecen a la necesidad de respuesta inmediata a las demandas sociales y no a la génesis de los valores. La verdad y lo importante ya no impactan y lo único importante es el impacto sin la verdad. Hemos perdido el sentido de lo necesario y esencial. A muchos les sobran demasiadas cosas y a demasiados otros les faltan muchas otras cosas más. Por otra parte, observamos demasiados conflictos en nuestra convivencia que genera una sociedad en tensión permanente, en enfrentamientos continuados. Los resultados e intereses inmediatos a corto plazo aprietan y las ambiciones de poder empujan. Caminamos con las luces cortas. Falta sentido de la responsabilidad ante la historia y ante las generaciones venideras. Estamos decidiendo el futuro que ya no es nuestro. Por eso vivimos una sociedad que se parece más a la suma de individualismos que a un cuerpo o nosotros social que entre todos formamos en unidad de objetivos y metas.
 
   Escondemos demasiados principios y convicciones en aras de la modernidad. La política no resuelve nada, antes al contrario, lo complica mucho todo. El poder y la imposición por un lado y la presión social por otro han sustituido a la autoridad, al respeto y a la fuerza de la ley. Vivimos en una sociedad sin ley en muchas ocasiones. Los intereses han sustituido a los valores Ya no nos gobiernan los principios. Ya no se toman decisiones en función de los grandes valores o ideales sino siguiendo pequeños y, a veces, mezquinos o rápidos beneficios e, incluso, instintos ciegos. Hay demasiado egoísmo en el mundo. Hemos perdido horizontes y dimensiones de universalidad y hemos nacionalizado o localizado perspectivas e identidades. En medio de una catástrofe del espíritu y de la economía, hemos conseguido la disolución de un marco de convivencia basado en las relaciones morales. La política ha entrado en un camino oscuro y sin salida. La herencia recibida está siendo dilapidada por una generación ambiciosa y abusiva. La estructura de la civilización sin valores se nos puede caer y convertir la sociedad en una ruina donde impere la destrucción y la violencia no tanto física sino cultural. .