Difuntos
05/11/2013 - 00:00
Ante el Día de los Difuntos, en el que los olvidadizos vivos recuerdan a los olvidados muertos, parece lógico, por exigencia del sentimiento, dedicar este comentario a los que nos precedieron en el camino sin retorno. Y pienso que hace falta alguna entereza para, desde la altura de mi edad, escribir con serenidad sobre la vida y la muerte. En esta propina que la vida nos da a los nonagenarios se habla más de la muerte que de la vida, pues como decía San Anselmo, el que piensa continuamente en la muerte no muere de repente. (Aquí quiero dedicar un recuerdo a mi amigo y compañero en estas páginas José Luis García de Paz, muerto súbitamente hace unos diez días en la plenitud de su vida. Fue un hombre sabio, cordial y bueno) Pero aunque se fallezca a los ochenta, se deja siempre un doloroso vacío del que algunos no conseguimos reponernos por más que escribamos elegías a su muerte y sonetos hasta completar un libro. En todo caso, nos consuela pensar que la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos. Recordar a los que ya se han ido para siempre es bueno no solo para mantener encendida su memoria sino para tratar de aprehender sus virtudes por las que su muerte despertó sentimientos de desolación en cuantos la trataron y quisieron. O para no repetir sus defectos y debilidades, si la subjetividad de nuestra memoria nos los deja ver.
La angustia vuelve a nosotros al revivir en estos días el dolor de aquel definitivo adiós cuando tantas cosas quedaban por hacer y el espíritu todavía se sentía joven para mantener ilusiones y proyectos. Iremos, pues, al cementerio como demanda la tradición y requieren nuestros sentimientos.Lo que no haremos es seguir la bobalicona usanza recién introducida que puede interpretarse como mofa de los muertos, aunque ni saben los que la siguen lo que pretenden con ella. Ante la sepultura del ser querido, unos rezaremos para que haya encontrado acomodo en el Cielo y otros evocarán los recuerdos de los tiempos en que, juntos, fueron felices sin saberlo. Alguno quizá medite ante la sentencia de Horacio: vive sin perder de vista que la vida es corta, pero hay que saber llenarla. Entonces nos daremos cuenta de si fue vivida apriesa, como opugnaba el clásico, o si se disfrutó llenándola de generosidad. Al fin y al cabo la vida no se repite. Y una vida inútil, lo dijo Goethe, es una muerte prematura.