Economía real

07/11/2020 - 13:09 Javier Sanz

La economía real es la que anda por la calle, cuando uno sabe exacta y no aproxidamente lo que le queda en el banco, y si toca salir al vermú o a pasear al pinar más barato y saludable, si es que respirar aroma de pino proporciona alguna salud.

Hay una economía de Cambridge, ese Sinaí corregido por Wall Street donde se entregan las tablas para su cumplimiento a este pueblo disipado, la actual manada que pisa el Globo a ramal y medio rostro. Suele ocurrir que, como el corona, el pronóstico muta con los mandamientos a medio secar y, así, de las cátedras de la universidad británica la más exacta acaba siendo la de “Economic history”, dicho de Despeñaperros para abajo, el análisis “a toro pasao”. Y lo clavan. 

Sin embargo, la economía real es la que anda por la calle, cuando uno sabe exacta y no aproximadamente lo que le queda en el banco, y si toca salir al vermú o a pasear al pinar, más barato y saludable, si es que respirar aroma de pino proporciona alguna salud, que quizá para el cuerpo pero no para el alma cuando uno piensa lo feliz que era hace cuatro días a la salida de misa de una pidiendo dos vermús y una de calamares. El logotipo de este año, con validez para unos cuantos más, bastantes, no es el de un balón verde con espículas sino el as de bastos, la pinta de esta partida en la que vamos obligados. 

Sánchez es aquel soldado, único, admirado por su madre cuando en el desfile de la jura de bandera exclamaba tras ver pasar el batallón entero: “¡es el único que lleva bien el paso!”, o sea, el único premier que sube los impuestos para mayor recaudar, no obstante ha de dar de comer a veintidós polluelos en otros tantos Ministerios, sin que todavía se sepa muy bien en qué andan la mitad salvo garzoneando. Imprescindible, de momento, sólo lo es, y por méritos propios, el de Igualdad, que nos va dejando claro que el color rosa es símbolo o estigma de opresión y represión, teoría demostrable en los anuncios de televisión. Conclusión: dicho color es “una absurda imposición urdida desde el marketing de género” y así lo ha dictado este departamento en acuciante informe de 190 páginas, etcétera.

Hay otros diagnósticos más precisos que son de este tiempo en llagas y vienen a confirmarse por biopsias de alta precisión. Días de difuntos donde los deudos han visto volar de las tumbas los centros de flores que colocaron anteayer. Es la epidemia insólita que sufren los camposantos: el robo de los floreros para revenderlos a cien kilómetros. Son los nuevos circuitos del pillaje, de una rapiña que se justifica en que de este baile de cerámicas pobres caerán algunos euros con que salir del paso, a la espera de que escampe. 

Este tráfago de floreros acabará siendo el “Apartado 5.1. Antropología de una epidemia” de la tesis doctoral de los economistas que abrieron el ojo cuando el covid, dentro de un cuarto de siglo. Entre las “Conclusiones” se leerá que otro doctor, de apellido Sánchez, subía impuestos para contener la galactorrea de un país que manaba leche y miel por veintidós tetas ubérrimas y setecientos setenta y siete escapes en asesorías gubernamentales cuyo abundante líquido tornasolaba de qué manera. Al mismo tiempo, en la puerta del cementerio una furgoneta aguardaba en marcha a que se despistara el vigilante para dar un palo de centros y salir de naja para pillar cacho en la puerta de la Sacramental de San Isidro. Ni la macro ni la microeconomía aparecían entre las seis conclusiones que se reunían en un colofón: “Aquello pintaba realmente mal. En vuelo rasante como de dron, los centros de flores de los cementerios trazaban rutas hasta entonces inimaginables. Sobre las dos tibias cruzadas, las huérfanas calaveras ponían cara de pez.”