El aplauso

28/12/2011 - 00:00 Antonio Casado



  La solemne inauguración de un tiempo político nuevo (nuevo por decisión de los españoles), brinda un pretexto de renovación de fe en el sistema y la oportunidad de hacer unas cuantas proclamaciones de apoyo al Estado de Derecho. Al tradicional acto venía asistiendo cada año la Familia Real al completo, siendo sus oficiantes principales el presidente de las Cortes Generales y el Rey de España con sendos discursos, seguidos de un pequeño desfile militar y los consabidos parabienes del posterior vino español.


  Esta vez no faltaron los oficiantes pero estuvieron ausentes las infantas. Además, todo ese ceremonial quedó mediáticamente absorbido por el larguísimo aplauso que unos quinientos diputados y senadores presentes en el acto, celebrado el pasado martes en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, dedicaron al Rey de España cuando estaba entrando en el hemiciclo para ocupar la presidencia.


  Se podría decir que se trataba de un sentido reconocimiento a la labor de la Corona en su papel de "símbolo de la unidad y permanencia del Estado", según la Constitución Española, a lo largo de los 36 años transcurridos desde la muerte del general Franco. Las apariencias engañan. No se trataba de eso. Era una manifestación del instinto de supervivencia de los políticos frente a los problemas que se han acumulado sobre la imagen de la Familia Real a causa de los negocios privados del marido de la infanta Cristina, Iñaki Urdangarín.


  El largo y solidario aplauso de la clase política al Rey respondió a una especie de pacto tácito de socorro mutuo entre dos instituciones en horas bajas. Tanto la clase política como la Corona son descendentes en las escalas de valoración de los ciudadanos. Con una salvedad: si cae el clavo del abanico, el abanico se deshace. Así que un eventual desplome de la Corona gravitaría inmediatamente sobre el resto del sistema. Habría que volverlo a poner en pie y me parece que los tiempos no están como para meterse en mudanzas de mayor cuantía respecto a nuestra arquitectura institucional.


  No digo que eso pueda ocurrir. Afortunadamente no hay razones serias para temer semejante contratiempo institucional. Sin embargo, todos esos fantasmas deben estar rondando estos días a la clase política. Así se explican los dos homenajes que ha dedicado a la figura del Rey durante los últimos días. Uno, en la cascada de reacciones tan favorables al mensaje navideño de don Juan Carlos, que tradicionalmente suele ser un genérico enunciado de buenas intenciones que no comprometen a nada. Y otro, con este desacostumbrado aplauso del pasado martes, que venía a expresar más o menos lo mismo: el prestigio de la Corona está en peligro y la clase política acude interesadamente en su auxilio.