El beduino acosado

25/02/2011 - 00:00 Antonio Casado

 
El beduino que se paseaba en jaima por las capitales europeas y regalaba caballos a los dirigentes occidentales a cambio de su complicidad tiene los días contados. Tal vez las horas. Depende de cómo transcurra lo que, a la hora de escribir este comentario, parece un tremendo e inevitable choque de los seguidores de Gadafi con la parte mayoritaria de la población, armada en gran parte, que le tiene cercado en Trípoli.
   Las deserciones en sus propias filas (diplomáticos, militares, ministros y otros servidores públicos) y la condena internacional son los últimos exponentes de su debilidad. Sin embargo, aunque cercado en la capital y con gran parte del territorio en manos de los rebeldes, apoyados por la tribu más numerosa del país (el clan Warfallah), este absurdo personaje -una criatura de Groucho Marx parece- está bastante bien abastecido de armamento militar y unos los efectivos humanos que aún le guardan fidelidad, incluidos los mercenarios que reprimen a los libios hartos de aguantar el cruel régimen del llamado líder de la revolución. En otras palabras: todos los elementos para una sangrienta guerra civil. Por cierto, alentada por el propio Gadafi cuando la semana pasada pidió públicamente a sus seguidores, sin rodeos, el exterminio de quienes se echaron a la calle por un cambio de régimen en nombre de la libertad, la justicia, la paz, la dignidad.
   Nada distinto de lo que se despacha con una mano en la orilla dizque civilizada del mundo mientras con la otra despacha el armamento que estos sátrapas necesitan. Todo en nombre de un sagrado comercio internacional nada sensible al cumplimiento de los derechos humanos. Ahora en esta orilla, la nuestra, la de las tres colinas (la Acrópolis griega, el Capitolio romano y el Gólgota judeocristiano de Palestina), nos enfrentamos al peor de los escenarios: que dejen de mandarnos petróleo y a cambio nos manden emigrantes mientras allí se hace fuerte el fundamentalismo islámico. Ahí se condensan las tres amenazas a esa Europa ensimismada, encantada de haberse conocido, que lleva un par de décadas con las neuronas de vacaciones. Tal vez despierte de una vez por todas con la batalla de Trípoli que se avecina y que nos puede traer a los telediarios un nuevo baño de sangre, peor que los que ya hemos visto en distintas zonas de este país invertebrado (o vertebrado por las relaciones tribales de poder) cuyas reservas de hidrocarburos son las mayores del continente africano.
   Al final, el grito de la libertad es el mismo en cualquier parte del mundo. Y los sátrapas reproducen siempre el mismo patrón de comportamiento, incluida su pretenciosa puesta a disposición de Dios y de la Historia. Gadafi solo se relaciona con la Gloria, según dice. Y en la gloria puede acabar más pronto que tarde si lo de las próximas horas en Trípoli no cae del lado del dictador. No parece.