El Carmen y Molina

26/07/2016 - 22:27 Luis Monje Ciruelo

Hacía diez años que no iba a Molina en la fiesta de El Carmen.

Hacía diez años que no iba a Molina en la fiesta del Carmen. El pasado sábado volví con alguien que no conocía la ciudad, con intención de detenernos en Rillo de Gallo para admirar, una vez más la llamada “Casa de Gaudí”. No por haber sido diseñada por este famoso arquitecto catalán, fallecido en 1926, sino porque corresponde a sus características de pináculos y columnas helicoidales, cúpulas paraboloides, cubiertas alabeadas de cerámicas de colores, rejas y puertas de hierro forjado de desbordante fantasía y hasta una terrible serpiente de cerámica que trepa por un esquinazo de la fachada a lo largo de tres pisos imitando el fantástico dragón del barcelonés Parque Güell.  La “Casa de Gaudí”, de Rillo, salvando las distancias, recuerda La Pedrera del Paseo de Gracia, que es Patrimonio de la Humanidad. Y resulta que su diseño y construcción  han corrido a cargo de  Juan Antonio Martínez, vecino de Guadalajara, natural de Prados Redondos, vinculado a Rillo por matrimonio. Trabajó sin croquis ni planos, como Gaudí en su primea época. Y no es arquitecto, sino experimentado constructor. La singular fachada da a una huerta, y es visible desde la carretera. Pero volviendo a Molina, que es a donde íbamos, mi acompañante se quedó asombrada del aspecto de gran ciudad de Molina, y yo me fijé en el ambiente de fiesta que reinaba, la animación de sus calles, la dificultad para aparcar, el pleno de los restaurantes, hasta el punto de que nos tuvimos que ir para hacer tiempo a Castilnuevo, con su Casa-Fuerte, y sus arboleda s en el río Gallo. Un lugar ideal, por su paisaje y su riqueza forestal, para esperar a que terminara el primer turno de los restaurantes. Lo malo fue que entre la obligada fugaz visita al Barranco de la Hoz y a Castilnuevo, y los agobios de espacio en las calles  de gente y vehículos, apenas vio mi acompañante el desfile de la Cofradía del Carmen, aunque vimos a  muchos cofrades dispersos por las calles con su detonante uniforme rojo y blanco, y yo le expliqué su historia  y la ilusión y entusiasmo con que los molineses cuidan esta tradición religioso-militar desde hace siglos. Y no es éste el primer artículo o reportaje que en estas y en otras páginas nacionales he dedicado a esta señalada fiesta molinesa. Y no tuvimos tiempo, como era nuestra intención, para detenernos en el castro celtibérico “El Ceremeño”, de hace 2.600 años, en Herrería, junto a Rillo, al que tengo dedicado un capítulo entero en mi libro “ 11-M; El tren de las 7:10” recreando la vida de aquellos celtíberos.