El centenario de Platero

08/02/2014 - 23:00 José Serrano Belinchón

Con el que acabamos de estrenar se cumplen los primeros cien años de la publicación de “Platero y yo”, uno de los grandes hitos de la Literatura Española del siglo XX. Por su extraordinaria calidad literaria y por la trascendencia que tuvo en la educación de la infancia durante dos generaciones en la inmensa mayoría de las escuelas de España, vale la pena celebrar complacidos la efeméride de esta obra, la cuál, cumplida su misión en el tiempo ha ido pasando como inadvertida a perderse en el nimbo de lo desconocido, por donde pasan todas las glorias que fueron y que ya no son, dejando tras de sí una estela imposible de olvidar y que brotará en la memoria durante toda la vida. “Platero -dice su autor en el prologuillo que adjuntó a su obra, como justificante a la edición previa de sólo un manojo de artículos dedicado a los niños- no es un libro para niños. Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para …¡qué sé yo para quien…!, para quien escribimos los poetas líricos… Ahora que va a los niños no le quito ni le pongo una coma ¡Qué bien!” Y es que tuvo problemas para su publicación íntegra, la de los ciento treinta y ocho capítulos que la componen, comenzando por la oposición de Zenobia, su mujer, que intentó evitar una parte de su contenido, por no considerarla ejemplarizante para la formación de los niños. Empeño al que el poeta se opuso de manera rotunda.
Estoy seguro de que cada lector que pase su vista por este comentario recordará con cariño aquella obrita a la que Juan Ramón Jiménez nunca consideró la estrella de su corona, pero que como tantas veces ocurre, sin saber por qué es la que llega al corazón de la gente. ¿Quién no recuerda con un poco de nostalgia capítulos tan exactos, tan cargados de misterio y de poesía como “El Pozo”, “Juegos de anochecer”, “Platero en su tierra”, y recitar de memoria el párrafo por el que empieza el libro…? Mi personal homenaje a su autor, y al libro en el primer centenario de su publicación, es el de volverlo a leer, con ojos distintos a aquellos con los que lo leí y lo releí tantas veces durante mi adolescencia, pero con un mimo todavía mayor y con una gratitud y un respeto que me llena de emoción, al reconocer que ha tomado parte en el montaje de mi personalidad como otros tantos.
 Eran otros tiempos, aquellos de la edad de oro de la niñez, según el poeta, en la que su mejor deseo hubiera sido no tener que abandonarla nunca. Hoy casi nada es igual, el polvo del camino con el que nos fueron manchando los años vividos nos hace ver la vida de un modo diferente; la candidez se fue quedando atrás y hoy la vemos reflejada a retazos en la lectura de “Platero”, a manera de refrigerio contra los males del siglo, contra el egoísmo en el que se desenvuelve la especie humana, contra la deslealtad que vemos cundir como una costra sobre la piel y que los medios de información se encargan de reavivar y de enconar cada día. Todo lo contrario, amigo, del espíritu del viejo “Platero”, cuya lectura te recomiendo no sólo como antídoto frente a los nuevos usos, sino como un oasis donde sentirte a gusto cautivado en la lectura.