El cultivo del odio
En definitiva, buscan la radicalización, el centrifuguismo, los extremos, únicos asientos en los que se sienten cómodos.
Tenía previsto el título y el tema desde hace días para mi colaboración habitual en Nueva Alcarria. A principios de esta semana mi amigo Chani Pérez Henares me lo pisó, en parte, y coincidió bastante en el contenido divulgándolo en las redes . No es de extrañar, el de Bujalaro percibe la actualidad como los corzos la presencia humana y reacciona con la misma inmediatez y elegancia. Y sé que entenderá lo que digo y que es más por coincidencia que por inspiración, que en algunos aspectos, también.
Hablo de los nietos de la Transición, pues la mayoría no la vivieron ni siquiera siendo niños. Hablo de los nuevos “interlocutores” políticos, los irruptores de un insólito Congreso de los Diputados, los novatos de nuestro histórico parlamento, los cachorros del sistema que desean cambiar. Y, claro, pagan por su bisoñez, su imprudencia, su osadía y hasta por la impertinencia de su edad. Este ramillete de iluminados que no respetan las formas salvo cuando acuden a los frívolos eventos de la cinematografía, la subvencionada -la única versión del Arte prostituida-, ahora soportan, como un efecto boomerang, al personal que desata su ira ante un ojiplático director de cine por unas desafortunadas palabras. El desproporcionado desaire que tanto buscan. Este manojo de visionarios que no respetan ni a los muertos salvo si son tiranos de entrañables pueblos, esta caterva de doctrinarios que abanderan la del victimismo con la tela de la demagogia, siembran sin el menor rubor, sin la menor conciencia, sin el menor conocimiento, el odio en nuestra sociedad.
No nos engañemos, sus improperios y sus conductas están milimétricamente calculadas. Sueltan el latigazo para esperar la reacción. Cuanto más fuerte, mayor. Acción, reacción, muy viejo, muy visto, pero muy rentable. En definitiva, buscan la radicalización, el centrifuguismo, los extremos, únicos asientos en los que se sienten cómodos. Ahora acaban de sacar una ignominiosa campaña contra Antonio Román acusándole de intentar acaparar sueldos cuando en España es el único alcalde de capital de provincia, junto al de Oviedo, que no cobra sueldo. Es el colmo. Cuando los de sus partidos, porque es un conglomerado, cobran bastante más que el presidente del gobierno. Es el desprecio a la verdad, es la estrategia por encima de todo, es el fin que justifica los medios con tal de alcanzar el poder. Maquiavelo puro.
Hasta aquí podría ser la mera descripción de una juvenil clase política que dice venir de la universidad –parece mentira- pero ninguno es catedrático. ¿Cuántas oposiciones han superado, son meros “peneenes”? Desde luego es una juventud menos reflexiva que la mía, no tengo la menor duda. También he de advertir que a los que me refiero sólo se representan a sí mismos, por mucho que pretendan ser portavoces de toda una generación. No es así. Tenemos una juventud que destaca respecto a sus ascendientes en cuanto a que están mejor preparados para las nuevas profesiones, con más idiomas, con plenas facultades para las nuevas tecnologías, con mayor conocimiento de los riesgos vitales como el tabaco, el alcohol u otras drogas, con la asunción de respetar determinadas normas. Tal vez adolezcan de la formación clásica, la que nos apega a nuestra propia identidad, la que nos permite concebir lo que es España, lo que fue y lo que pudiera ser. Pero no es su culpa, es la de la lamentable trayectoria legislativa en materia de Educación. Tal vez por ello echan el anzuelo por si acaso pican, como un juego. Es jugar a cultivar el odio. Tal vez por ello ignoran que en ocasiones aparece un descomunal tiburón incontrolable. Pero es por desconocer nuestra propia historia. Y darse cuenta demasiado tarde que pueden, podemos, terminar en sus fauces.
Y que conste que tengo amigos que les apoyan, pero son mucho mejores que ellos.