El ejemplo de Túnez
26/01/2011 - 00:00
Moderadamente ricos en minerales, petróleo y agricultura, y notablemente en turismo, los tunecinos sólo podían atribuir su pobreza al hecho de ser víctimas de un constante y descomunal expolio. En efecto, el sátrapa Ben Alí, su mujer y la familia de ésta, se quedaban con todo. Y a la luz del día. Pero, ¿cómo era posible semejante latrocinio ante la mirada de Europa, con la que Túnez mantiene acuerdos políticos, económicos y comerciales preferentes? Muy sencillo: Ben Alí no había tenido más que copiar a Franco, instituyéndose como Centinela de Occidente (alerta ante el islamismo radical en su caso) en la sensible y permeable frontera del Magreb. Por supuesto, era mentira; a los tunecinos, gente pacífica, jamás se les había pasado por la cabeza liarse a bombazos en nombre de Aláh, y tampoco consentir que nadie lo hiciera, destruyendo su sociedad edificada sobre la sólidos cimientos de la cultura bereber y del legado de romanos y fenicios. Era mentira, pero a Europa le convenía creer que era verdad. En todo caso, pagar un servicio, el de servir supuestamente de dique al fanatismo fundamentalista, con el dinero de otros, los tunecinos, era, en verdad, un negocio saneado y tranquilo.
Los tunecinos se están sacudiendo, ellos solos, a la cuerda de bandidos que les empobrecían robándoles, de paso, la libertad y la dignidad, y aunque las bocachas de algunos fusiles policiales se adornan con flores solidarias, la inercia de la represión y del abuso, enquistada en el poder, se sigue cobrando la vida de ciudadanos por las calles. Están solos, bien que con la adhesión moral de marroquís, argelinos, libios y egipcios, víctimas de lo mismo, sedientos de cambio, pero atenazados por el miedo de que la gente de Túnez ha sabido desembarazarse. Esa gente ha arrojado al suelo las muletas, que son las que le impedían caminar, y ese es su admirable ejemplo ante el mundo y ante ella misma. El turismo en Túnez tiene, ahora sí, un atractivo insuperable: conocer a esa gente.