El estado moral
07/10/2013 - 00:00
Las democracias modernas no pueden aspirar a ser fuertes a costa de la debilidad del Estado. Esta ha sido una creencia muy extendida recientemente entre nosotros. Sucedió lo mismo en la modernidad europea de la Ilustración. Los primeros autores creían servir mejor a la soberanía popular desprestigiando al Estado soberano. Enfrentaban a ambas formas de soberanía, la del Estado y la del pueblo. Esa no es la democracia en la cual no existe más que una misma y única soberanía. Después cambiaron y se dedicaron a poner las bases racionales de un Estado moral perfecto como motor de una sociedad perfecta.
Lo mismo ha sucedido entre nosotros en los últimos años. No hemos sabido compatibilizar la legitimidad de la democracia como participación de los ciudadanos en el gobierno, con la necesaria cohesión y fortaleza legítima de las instituciones que forman el Estado. Así nos hemos encontrado con una conciencia de pertenencia común muy debilitada, un Estado muy fragmentado, una administración muy desorbitada y perdida en su propia ineficacia. Antes que democrático o liberal, el Estado tiene que ser racional. Sus tareas, sus intervenciones tienen que obedecer a una racionalidad como ordenación de su función y funcionamiento.
A la altura de los hombres de la Ilustración y del origen de la idea del Estado, llamamos Estado fuerte no al poder dictatorial que ejerce, no al totalitarismo o absolutismo. Porque algunos trasladaban el personalismo absoluto en el gobierno al Estado como gobierno absoluto. Igualmente, llamamos al Estado liberal, no porque sea libre de todo y no responda de nada sino que un Estado liberal es aquel que respeta las libertades individuales, pero las de todos y no es rehén de ninguna clase o poder social. De ahí que hablemos de un Estado de derecho, expresión que entienden mejor nuestros ciudadanos.
Todo totalitarismo es malo, venga del poder constituido o venga del pueblo constituyente. Por este camino entendemos la calificación de Estado moral. Es aquel que contribuye a la formación de una conciencia solidaria, de una sociedad perfecta basada en los principios de la razón y no en el poder como razón. En ese sentido muchos autores han concluido que el Estado es necesario. Los abusos vienen de su ocupación e instrumentalización para fines partidistas. Los partidos, las organizaciones sindicales alardean de haber conquistado el poder, de haber ocupado el Estado a pesar de que el poder viene según dicen- del pueblo. También se ha alentado una dictadura del proletariado. En la medida que haya una conciencia moral en cada ciudadano, en esa medida no se hace necesario el Estado.
Fruto de esa fiebre de Estado democrático tenemos hoy día una administración napoleónica, demasiado sobredimensionada. Excesivos niveles de administración que se repiten o se solapan o se duplican. Los ciudadanos que trabajan en ella se sienten o se identifican más con el poder del Estado que con las necesidades de los ciudadanos. Más control que impulso, más norma que servicio, más obediencia a sus jefes que audición y oyentes del pueblo. La función moral del Estado consiste en hacer de la sociedad concreta un sujeto colectivo pero único. La meta sería la unidad y coordinación de todas las voluntades individuales. Hay que crear una cultura social del dar y del recibir mutualizando los valores y las necesidades. Ese es el Estado moral fuerte y perfecto.