El éxodo

02/11/2018 - 12:14 Javier Sanz

Los israelitas de este final de año buscan la cabeza del Nuevo Mundo en un collar de miles de almas desde Centroamérica hacia los Estados Unidos.

Y entonces sor María, porque la tarde se había puesto fría y lluviosa, orientaba los pupitres hacia el centro de la clase donde se colocaba ella, abría una gran Biblia de tapas verdeoscuras y el canto casi de un palmo y nos comentaba las láminas coloreadas que narraban la gran historia sagrada. A los cinco o seis años creíamos ver una película de las grandes aventuras de la Humanidad que no pasaban por tales pues la sor se había ganado una credibilidad casi maternal, o sea, que las aventuras no eran tales sino puras lecciones históricas. Moisés caminaba por el desierto durante cuarenta años pastoreando a su incrédulo pueblo que había rehusado entrar en la Tierra Prometida. Habrían de morir todos para que se cumpliera lo escrito: sólo los miembros de la siguiente generación entrarían en la fértil huerta que por ignorancia rehusaron sus padres, incluso el propio caudillo quedaría fuera.

Todavía años después seguíamos dando vueltas, desde nuestras ciudades tan de cuadrícula, tan convencionales, al asunto. Cuarenta años sin asentamiento definitivo era un sinvivir. El hombre europeo necesita referencias, al menos terrenales, para situarse y paginar lo que llaman proyecto de vida. No cabía en cabeza humana, al menos en la mía, esa trashumancia pues en la provisionalidad se vive con desasosiego, que no es vivir. Felizmente era época superada y cada ser humano tenía asignado desde su nacimiento un lugar estable, más o menos, desde donde partir cada mañana y a donde volver a la noche.

El tiempo se viene encargando de demostrar el error. La historia de la humanidad es muchas cosas, pero también la de sus migraciones, que no son intuitivas, como las de las aves, sino impuestas y generalmente por la pobreza y la esclavitud. Los israelitas de este final de año buscan la cabeza del Nuevo Mundo en un collar de miles de almas desde Centroamérica hacia los Estados Unidos. No piden maná sino el sustento que rezan al alba, “danos hoy nuestro pan de cada día”, para sus hijos y si sobra algo para ellos mismos. Cruzan ríos y sobre los hombros llevan todo lo que poseen: la nada. Con la nada material se han plantado en la frontera y un Yahvé con tupé rubio ha marcado una raya de cinco mil fusileros. Este dios, pobre diablo, cree que de ahí para arriba el Monopoly es suyo. A los países les gusta votar a sus personajes de cómic y sin esperar siquiera a que el guionista acabe la serie, en lo que puede ser una catástrofe. Ahora sabemos que sor María, porque la tarde se había puesto fría y lluviosa, nos echaba un tráiler, como era su deber. El resto lo iríamos viendo, tal que ahora.