El hombre de las primarias

07/05/2011 - 12:55 Fernando Jáuregui

 
No me negará usted que la campaña electoral ('esta' campaña electoral) es, más que otra cosa, una suerte de elecciones primarias. Primero, para sopesar los apoyos internos con los que cuentan los presumibles contendientes en otras primarias, las socialistas: se contabilizan asistentes y casi se mide la duración e intensidad de los aplausos que reciben Rubalcaba y Chacón en los respectivos mítines a los que asisten. Y, en segundo lugar, esta campaña, que de local y autonómica tiene, la verdad, bastante poco, enmarca algo de plebiscito en torno a la persona de Mariano Rajoy. Que es, me parece a mí, quien más se juega en unas elecciones a las que, sin embargo, no se presenta directamente.
   Rajoy sabe lo mucho que se arriesga con cada palabra pronunciada ante un micrófono y, por ello, está extremando su ya natural cautela: no habla de casi nada más que de economía, concede pocas entrevistas (y nunca en medios donde arriesgue algo), se mantiene reservón cuando alguien logra preguntarle cualquier cosa sobre Bildu, o sobre la muerte de Bin Laden, o sobre cualquier otro tema que se salga del guión. Ve con complacencia las encuestas, aunque en la pregunta específica que se refiere a él y al grado de confianza que despierta en los españoles, las respuestas no sean demasiado satisfactorias, por decir lo menos.  Sabe que no es precisamente un líder carismático y juega a un juego que pienso que no es insincero y que le sale bastante bien: a ser una persona corriente. Hace tiempo que me muestro convencido de que Mariano Rajoy, que tiene sus defectos, pero acaso más virtudes, será presidente del Gobierno de la nación tras las elecciones generales. Que pueden celebrarse en marzo o antes -pese a lo que digan Zapatero y Rubalcaba_ si los resultados de las municipales y autonómicas de dentro de diez días son desastrosos para los socialistas, lo que está por ver. Y estoy convencido también de que, una vez en La Moncloa, Mariano Rajoy tenderá una mano al PSOE para casi 'cogobernar' con los socialistas, pactando con ellos temas esenciales para la buena marcha de España, algo que, por cierto, ya se debió hacer tras la victoria de Zapatero en 2008.
   Aún más: estoy persuadido de que ese pacto, acuerdo parlamentario o como quiera que se llame -el propio Rajoy me ha negado la posibilidad de un Gobierno de gran coalición-, insuflará nuevos ánimos a los decaídos españoles. Porque el próximo inquilino de La Moncloa no podrá gobernar como sus antecesores; el consenso tendrá que sustituir al clima de hostilidad permanente. Que todo esto que comento nada tiene que ver con unas elecciones municipales y autonómicas, que debieran ocuparse de los problemas que nos son territorialmente más cercanos, de acuerdo. Pero no me negará usted que de lo que se habla, incluso en los mítines, es de lo primero, y no de esto segundo. Lo cual puede o no ser bueno y conveniente: lo que es, como todo lo anteriormente expuesto, es, me parece, inevitable. Estamos, precisamente ahora, en plena preparación del futuro.