El Lewinsko
01/10/2010 - 09:45
El comentario
Rafael Martínez-Simancas Periodista
Algo huele a cuerno quemado en el Ulster. El primer ministro, Peter Robinson, ha perdido el norte, (Irlanda), a su mujer y también su trabajo. Al bueno de Peter sólo le falta que le abandone el desodorante.
El epicentro de la cuestión es Iris, su mujer, que iba de casta puritana y ha terminado confesando haber sido amante de un chico y, probablemente también de su padre, e incluso de un compañero de militancia del marido. Una auténtica máquina sexual oculta bajo la carrocería de una sexagenaria (o mejor sexo-genaria), que ha provocado un tumulto político en Irlanda y un soponcio en las charlas del té.
No se puede negar que la señora Robinson no sea generosa, puesto que al novio, cuarenta años menor que ella, le puso una cafetería en homenaje al café, a las plantas tropicales y a la letra de mami,
¿qué será lo que tiene el negro?. La cafetería es la versión actualizada del piso que se alquilaba a los amantes en otras épocas. Bill Clinton que iba de machote fue incapaz de ponerle siquiera un estanco a su becaria Mónica por los servicios prestados. Sólo desde las lenguas viperinas se puede criticar que Iris fuera generosa con las personas que amaba incluido su marido, el primer ministro, que vivía en la mismísima azotea de la 13 Rue del Percebe ajeno a toda cuestión que no fuera el Gobierno, mientras que por la espalda le estaban dando unos pases que ni Enrique Ponce cuando se viene arriba en la Monumental de Méjico. Iris también complacía a su marido porque en ningún momento sospechó que era un cornudo, ni cuando los clarines de la plaza tocaron el tercer aviso.
Lo que se entiende mal son las consecuencias desiguales de este asunto: mister Robinson abandona el poder de manera provisional pero ella acaba ingresada en un siquiátrico sometida a duchas frías. En realidad Iris no está poseída sino que ha estado enamorada de manera compulsiva de un chico muy joven que le dio aquello que no había encontrado en la llamada erótica del poder. En los capuchinos que le ponía su amante encontró la felicidad que no tuvo en las cenas de etiqueta. Iris se dio cuenta de que mejor que tener un buen peluquero era encontrar a una persona que la despeinara adecuadamente. Ahora el chico, en adelante el lewinsko en homenaje a la célebre becaria de la Casa Blanca, se ha quedado con el negocio, con la fama ¡y también con las propinas! Sin embargo a la pobre Iris le cuestionan como a una mujer adúltera y endemoniada sin que nadie admita que el señor Robinson era un marido muy previsible. Sin duda que los Robinson eran una pareja condenada a aburrirse durante años como Dios manda, sólo la atención mediática ha desmontado un pastel mucho más generalizado de lo que parece. Aquí no sólo a Tiger Woods le gusta el deporte.
No se puede negar que la señora Robinson no sea generosa, puesto que al novio, cuarenta años menor que ella, le puso una cafetería en homenaje al café, a las plantas tropicales y a la letra de mami,
¿qué será lo que tiene el negro?. La cafetería es la versión actualizada del piso que se alquilaba a los amantes en otras épocas. Bill Clinton que iba de machote fue incapaz de ponerle siquiera un estanco a su becaria Mónica por los servicios prestados. Sólo desde las lenguas viperinas se puede criticar que Iris fuera generosa con las personas que amaba incluido su marido, el primer ministro, que vivía en la mismísima azotea de la 13 Rue del Percebe ajeno a toda cuestión que no fuera el Gobierno, mientras que por la espalda le estaban dando unos pases que ni Enrique Ponce cuando se viene arriba en la Monumental de Méjico. Iris también complacía a su marido porque en ningún momento sospechó que era un cornudo, ni cuando los clarines de la plaza tocaron el tercer aviso.
Lo que se entiende mal son las consecuencias desiguales de este asunto: mister Robinson abandona el poder de manera provisional pero ella acaba ingresada en un siquiátrico sometida a duchas frías. En realidad Iris no está poseída sino que ha estado enamorada de manera compulsiva de un chico muy joven que le dio aquello que no había encontrado en la llamada erótica del poder. En los capuchinos que le ponía su amante encontró la felicidad que no tuvo en las cenas de etiqueta. Iris se dio cuenta de que mejor que tener un buen peluquero era encontrar a una persona que la despeinara adecuadamente. Ahora el chico, en adelante el lewinsko en homenaje a la célebre becaria de la Casa Blanca, se ha quedado con el negocio, con la fama ¡y también con las propinas! Sin embargo a la pobre Iris le cuestionan como a una mujer adúltera y endemoniada sin que nadie admita que el señor Robinson era un marido muy previsible. Sin duda que los Robinson eran una pareja condenada a aburrirse durante años como Dios manda, sólo la atención mediática ha desmontado un pastel mucho más generalizado de lo que parece. Aquí no sólo a Tiger Woods le gusta el deporte.