El miedo y la crisis

14/12/2010 - 00:00 Carlos Carnicero

 
El miedo es paralizante hasta que arrincona: entonces, cuando va la vida en ello, los seres humanos se defienden como un jabalí herido. Evidentemente esta crisis nos ha conducido a la parálisis. Todavía no hay atisbos de revuelta. Los partidos de izquierda y los sindicatos están en declive porque quienes debieran soportarlos están atenazados por el miedo. Y conforme avanza la crisis y se ajustan los derechos que se pensaban adquiridos, la reacción no es de defensa de lo conquistado sino de letargo: en el fondo, la consciencia de que todo puede empeorar hace que se neutralicen los sueños, se congelen los proyectos y nos refugiemos en un aislamiento que amenaza con ser la consagración del individualismo. Hemos caído en la ensoñación de que nos protegemos mejor solos. Están debatiendo en Nueva York -organizado por la Fundación Ideas- líderes tan dispares como Bill Clinton, Felipe González y Tony Blair. Tratan de explicar el retroceso de la socialdemocracia en Europa y de los demócratas en Estados Unidos por el efecto del miedo en las sociedades promovido por la crisis. Pero eso es sólo una media verdad. Los partidos no han sabido adaptarse a los tiempos. La prueba es la tibieza, cuando no la condena, de fenómenos como Wikileaks. Los partidos son el primer eslabón de una sociedad opaca. El mandarinato con el que funcionan aleja a los ciudadanos de los partidos políticos y estos se constituyen en sociedades anónimas para administrar la democracia en donde sus comités ejecutivos son lo equivalente a los consejos de administración. Los militantes equivalen a las Juntas generales en donde, como mucho, sólo tienen el poder de desahogarse para que los mandarines, los ejecutivos de estas corporaciones supuestamente de las ideas, sigan controlando los aparatos. El miedo surge de la sensación de orfandad y el desapego, la desafección de los partidos es la manifestación de un miedo que hace que todos se encierren en sus casas, desconfiando hasta de sus vecinos.