El pacto
El Presidente del Gobierno puede respirar tranquilo, al menos un ratito. El acuerdo con el PNV le va a dar la estabilidad necesaria para agotar la ya agónica legislatura y quien venga detrás que se las apañe. El pacto en cuestión da oxígeno al Gobierno, pero mucho más al partido liderado por Iñigo Urkullu, que, aprovechando la coyuntura que propicia la debilidad ajena, tiene ya en su haber ser el partido que consigue el desarrollo prácticamente íntegro del Estatuto. No ha sido, pues, un pacto presupuestario, sino un pacto político. No es presupuestario porque de las conversaciones PNV-PSOE no sale modificación alguna del proyecto presentado por el Ejecutivo, salvo la inclusión de enmiendas nominativas para dotar de más dinero al País Vasco. Es un pacto político en toda regla, que sitúa a los nacionalistas vascos en el epicentro de la política parlamentaria.
Urkullu, con toda razón, debe sentirse satisfecho. Ha puesto por delante cuestiones que afectan "a los ciudadanos vascos" en forma de transferencias y han sido aceptadas. Ha conseguido que su partido sea cada vez menos un partido "de oposición" en el País Vasco y le ha brindado una excelente plataforma electoral para el próximo mes de mayo.
En la misma proporción, el Gobierno vasco y el PSE -digan lo que digan unos y otros_ han visto recortado su terreno. Ellos, los socialistas vascos y el lehendakari, lo saben, pero ¿qué margen tienen? Han llegado a la conclusión de que lo mejor que pueden hacer "es aguantar la marea, dejar que el PNV saque pecho por un tiempo y luego todo volverá a su orden". Ayer mismo el lehendakari mostraba una satisfacción casi desbocada y por tanto no creíble del todo. "Es bueno para todos", afirma. Si es así, ¿por qué su Gobierno no ha estado listo y ha planteado desde el día uno el cumplimiento del Estatuto? Los socialistas vascos están haciendo, probablemente, lo único que pueden hacer.
No cabe en cabeza alguna un enfrentamiento directo con Zapatero, entre otras cosas, porque "no daría ningún rédito". Los socialistas vascos están siendo leales con Zapatero, pero saben bien que ha sido él y no otro quien les ha puesto en situación complicada. Aparecen ante la opinión pública, lo quieran o no, como los "convidados de piedra" en un pacto que el PNV ha calificado de "histórico".
Urkullu lo califica de "histórico" y los socialistas afirman que todo estupendo, porque el PNV "ha vuelto a la senda estatutaria". Esta afirmación se ha convertido en un "mantra". Y es un "mantra" porque el asunto no es que el PNV apoye el Estatuto, que lo apoya; el asunto es que para el PNV el Estatuto no es el punto final. Cuando esté plenamente desarrollado, vendrá otra cosa. No es ilegitimo que el PNV tenga determinadas aspiraciones. Lo que resulta casi patético es que se nos pretenda hacer ver que con este acuerdo el PNV ha dejado de ser un partido soberanista.
Patxi López debe pensar bien como recuperar terreno, como reformular su liderazgo y como conjurar la niebla electoral con la que este acuerdo "histórico" le ha empezado a abrazar.