El pleno del adiós
26/06/2011 - 00:00
Le quedan horas. Pasado mañana, martes, el Presidente del Gobierno protagonizará el que será su último debate del estado de la Nación. Será su pleno de despedida, aún cuando continúe en Moncloa unos meses más. Pero será su despedida, al menos la más solemne porque allí, ante los representantes de la soberanía nacional, pronunciará el discurso del adiós.
Es muy probable que no haga la menor concesión al sentimiento porque eso, en política y por desgracia, tiene a confundirse o a interpretarse como debilidad, pero bien sabe él que se va. Y lo saben, sobre todo, los socialistas y en general todos los ciudadanos que a tenor de los resultados del 22-M están deseando que lo hagan cuanto antes.
Nuestras propias experiencias nos dicen que las despedidas nunca son fáciles para el que se va y, en ocasiones, para el que se queda. No va a ser fácil para José Luis Rodríguez Zapatero decir adiós a dos legislaturas y no va a ser fácil para Pérez Rubalcaba quedarse al frente del timón pese a que ya lleva un tiempo de aprendizaje. Si, aprendizaje, porque no es lo mismo ser el uno que el dos por mucho poder que se tenga en esta posición.
El tiempo pasa rápido y parece que fue ayer cuando un Zapatero , sin cana alguna y mirada alegre, llegaba al Congreso para su investidura. El ambiente de entonces era de euforia, de expectativa y de expectación. Hace casi ocho años, la crisis ni se olía y España estaba partida por el atentado del 11-M. No hizo falta que pasaran muchos meses para comprobar que Zapatero era su discurso, un discurso que en la misma medida que complació a muchos, distanció a muchos más.
Se va el Presidente en medio de una crisis que asola empleos y esperanzas, que se negó a reconocer y a aceptar, dejando a la izquierda convertida casi en un erial ideológico. Llegó por su discurso y se va enredado en cifras que no cuadran.
Del discurso que pronuncie el martes, se extraerán varios titulares pero más sugerentes serán sus gestos, el ánimo con el pronuncie sus palabras y la tensión que se adueña de sus labios cuando está contrariado.
Hoy, José Luis Rodríguez Zapatero, aunque no de muestras de ello, es un personaje derrotado. Por primera vez en su vida, pese a haber superado la adolescencia hace muchos años, nuestro Presidente saborea el amargo sabor del desafecto que en política es siempre la antesala segura a la derrota. El Presidente se ha convertido en el pim-pam-pum de todos. Que lo sea de la Oposición va en el sueldo, pero que también lo sea de los suyos propios tiene que ser especialmente duro, además de injusto. El Presidente ha hecho lo que los suyos, incluidos los que ahora tiran a degüello contra él, le han dejado hacer. A toro pasado ¡que fácil es todo¡. Si se le ocurre hablar del apoyo y cariño que le ha dado su partido no se lo crean del todo. Es osado, pero no tonto.
¿Qué hará Rajoy?, se preguntan muchos. Nadie lo sabe a ciencia cierta.
Unos creen que el líder de la oposición se va a cebar con el Presidente y otros apuntan a que Rajoy aprovechará la ocasión para un discurso institucional como prólogo -si se cumplen las encuestas_a su llegada a Moncloa. En todo caso, Mariano Rajoy, a diferencia de Zapatero, ya sabe lo que es la derrota. La ha experimentado en dos ocasiones.
El martes será, sobre todo, el pleno del adiós. En sentido figurado y según consta en el diccionario, despedirse significa "dejar de pretender una cosa inalcanzable". En este sentido será, es el adiós de José Luis Rodríguez Zapatero que por no llegar o pasarse, por no medir bien los tiempos, por resistirse a aceptar una realidad que no era la imaginada, siempre ha pretendido lo inalcanzable.
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