El pudor nacional
on mucha facilidad elevamos sentimientos individuales a categorías colectivas y nacionales. Existe un pudor nacional procedente de las sensaciones personales consistente en la suma o extensión de ellas.
Con mucha facilidad elevamos sentimientos individuales a categorías colectivas y nacionales. Existe un pudor nacional procedente de las sensaciones personales consistente en la suma o extensión de ellas. Se trata de continuidad y derivación. El pudor como impacto y conflicto entre sensaciones, deseos e ideales, está en crisis. Asistimos al ocaso del pudor. No hay sensibilidad, ni rechazo de los atentados a los valores y normas de una sociedad históricamente configurada por ellos. La ética natural o connatural se ha desmoronado a base de golpes o embestidas del fuerte oleaje producido por las olas de la innovación y la modernidad. La resistencia moral de la población no ha respondido y asistimos a una voladura controlada de los sentimientos de valor. El mundo convencional se ha impuesto al resto de tendencias naturales. El esquema de Rousseau se repite: la educación convencional y social se ha impuesto a los impulsos racionales tan arraigados en el ser del hombre.
Al no existir el pudor como categoría o sentimiento natural no existe tampoco la conciencia de culpabilidad como descarga o impacto moral. Se han borrado los horizontes antropológicos de ambas esferas. Se vive la indiferencia social que es la menos social de las indiferencias. Tenemos que reivindicar más la fuerza política de un sentimiento social olvidado. El pueblo en general debería ser más exigente y estricto en el rechazo y la penalización política de conductas deshonestas (probadas y comprobadas) de sus protagonistas. Pero, como decimos, el sentimiento de pudor se ha debilitado en los vértices y en las bases del pueblo y de la política. El pudor ha perdido poder y el mundo se está convirtiendo en in-mundo, en im-púdico por haber perdido toda referencia a la interioridad humana.
Además, no existe pudor sobre la falta de pudor. La ausencia de pudor nacional está arruinando la democracia en nuestro entorno. Importantes dirigentes, políticos, empresarios y gobernantes han sido descubiertos o sorprendidos en procesos de inmoralidad, investigados por corrupción, saqueando y robando los bienes públicos, y no se ruborizan de nada. No tienen ningún sentimiento de reproche y no reflejan ninguna conciencia psicológica de culpabilidad. Antes al contrario, se presentan como héroes o son aclamados como víctimas de un sistema moral y jurídico represivo. Como sucedía en otros tiempo, ser perseguido era un mérito y aval social.
¿Es el pudor un instrumento legítimo de intervención en política? Necesitamos un impulso fresco para un hábito muy viejo. Tenemos que rehabilitar el sentido del pudor en la sociedad. El pudor como retorno e interioridad está infravalorado si no despreciado siendo la antesala de la culpabilidad y del arrepentimiento. Estamos rozando los conceptos de honradez y transparencia exigibles en cualquier democracia moderna. Hay que reconducir la política a la antropología y reclamar su primacía. Problemas y conflictos que atañan a toda la comunidad política no se solucionan si no se actúa en el interior psicológico de las conductas personales. Existe hoy una gran preocupación por la democracia de los transgresores, es decir, cómo ganar o recuperar para ella, a la multitud de ciudadanos que se sienten culpables de no cumplir con sus reglas o deberes frente a ella.