El que cobra lo que vale
Yo valoro mi trabajo y por eso también pido que se valore. Durante muchos años me he preparado para ello.
Esta podría ser una conversación real con un cliente (por suerte no habitual):
- ¿Tanto dinero vas a cobrarme por un simple divorcio de mutuo acuerdo? ¡Si nada más es rellenar un formulario y ya está!
- Lamento que pienses así porque te aseguro que no es rellenar un formulario. Es más, valorando el trabajo, a veces debería cobrarse más por un divorcio de mutuo acuerdo que por un proceso contencioso (y así, además los letrados tendríamos un aliciente más para tratar de llegar a una entente cordiale). Y mira que os estoy dando un presupuesto bastante asequible.
- ¿Asequible, dices? ¡Pero si por internet he visto un anuncio de otro abogado que lo hace por mucho menos! ¡Y todo incluido!
- ¿Y tú piensas que por ese precio te dará el mismo servicio que voy a darte yo?, ¿que resolverá todas tus dudas?, ¿que te ofrecerá todas las opciones para que las valores?, ¿que contestará con rapidez a tus correos y whatsapps?, ¿que redactará un convenio “a medida” con cuantas modificaciones de última hora solicitéis?, ¿que os acompañará al juzgado y que además se responsabilizará de cuanto suceda con su “formulario”? Si crees que por ese precio el servicio va a ser así, adelante: ¡Contrata a ese abogado sin dudarlo! (Nota mental: “…que ya volverás dentro de un tiempo para intentar modificar lo que has firmado deprisa y corriendo, y entonces aceptarás mi presupuesto sin rechistar”). Hazte una pregunta: ¿Irías a una peluquería que te cobrara un par de euros por cortarte el pelo?, ¿cómo piensas que te lo cortaría? Con los abogados pasa lo mismo: de los que ofrecen “low cost” no esperes otra cosa que no sea “low quality”. Trasquilones.
Hace poco, un compañero en redes sociales lo explicaba así: o vas a un restaurante, con un buen servicio y un buen trato, donde un camarero te atenderá y estará pendiente de cuanto necesites, te servirá la bebida en la copa y te traerá una hamburguesa del mejor y más fresco vacuno en pan de semillas del día, con lechuga y cebolla fresca, y acompañada de una guarnición de patatas fritas exquisitamente cortadas en finas rodajas; o vas a la franquicia de comida rápida de turno, que por la mitad de precio (o menos) te darán por la ventanilla del coche una hamburguesa envuelta en papel, unas patatas de corte industrial y un refresco en un vaso acartonado. Y cuando llegues a casa te darás cuenta de que se les ha olvidado quitarle el pepinillo a la hamburguesa y que no te han echado las bolsitas de mostaza que habías pedido. Posiblemente la hamburguesa te quitará el hambre y te beberás el refresco aunque sea ya sin gas, pero del ardor no dormirás bien esa noche y a la mañana siguiente puede que te levantes con mal cuerpo.
Esta “explicación metafórica” servirá igualmente para muchos profesionales que prestan servicios, de esos que ahora llaman emprendedores y que día a día tienen que justificar su valía; de los que ni siquiera se pueden permitir coger una baja por enfermedad o un permiso por maternidad o paternidad (poco importa que el Gobierno lo amplíe a dieciséis semanas); de los que no tienen ni un día vacaciones al año, porque tener vacaciones es cobrar por descansar, y en nuestro caso, además de no cobrar ni un duro durante el tiempo que cerramos el negocio para descansar, tenemos que seguir pagando la cuota mensual a la Seguridad Social y nuestros gastos ordinarios.
Yo valoro mi trabajo y por eso también pido que se valore. Durante muchos años me he preparado para ello. No cobro por lo que hago, sino por lo que sé. Mi tiempo no lo regalo y si me sobra prefiero aprovecharlo formándome (o escribiendo artículos como este). Y ante una afirmación del tipo “Conozco abogados que cobran menos”, siempre respondo que “Conozco clientes que pagan más”. Porque el que no cobra lo que vale acabará valiendo lo que cobra.
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