El regreso de Omar

04/02/2011 - 00:00 Esther Esteban

 
Hemos pasado del "efecto llamada" al "efecto salida". Ya no somos "El dorado" para los inmigrantes, y son nuestros hijos quienes buscan la tierra donde mana leche y miel fuera de nuestras fronteras. Por primera vez un inmigrante ha sido descubierto cuando trataba de saltar la valla desde Ceuta a Marruecos para regresar a su país de origen: Mali. No es de extrañar que la Guardia civil se quedara atónita cuando tras creer que iba a realizar un servicio rutinario, es decir, impedir que saltara la valla algún inmigrante subsahariano que pretendía entrar ilegalmente en España, se encontraron con todo lo contrario. Omar Chuik, natural de Mali, manifestó a los agentes que llevaba cuatro años en Ceuta donde llegó en una patera. Su idea inicial fue dar el salto a la Península para encontrar trabajo y un futuro mejor, pero no pudo ser. Ni consiguió viajar a otro punto de España ni tampoco un puesto de trabajo con el que poder sobrevivir él y enviar algún dinero a los suyos. Al final, cansado de malvivir, de dormir en escombreras y esconderse -no estaba inscrito en el Censo de Estancia Temporal de Inmigrantes- decidió tirar la toalla e intentar volver a casa con las manos vacías y una profunda sensación de fracaso. Omar es un inmigrante más que no ha podido cumplir sus sueños, que huyó del hambre y la desesperación esperando encontrar la tierra prometida y se ha encontrado con todas las puertas cerradas, pero, además, su caso puede ser el reflejo en carne viva de otro de los efectos devastadores de la crisis. Cuando éramos aparentemente ricos y derrochábamos dinero a espuertas decidimos hacer una política de puertas abiertas -muy criticada por nuestros vecinos europeos- que bajo la justa apariencia de regularizar a los "sin papeles" tuvo efectos perversos como el de convertir nuestro país en objetivo prioritario de las mafias que trafican con seres humanos con la falsa promesa de "papeles para todos". Hemos visto imágenes desgarradoras que nos han llenado de rabia e impotencia cada vez que nuestras costas se han teñido de luto y han sido muchas. Conservo en la retina la cara de desesperación de una joven muchacha tras ser rescatada del cayuco que la traía a la tierra prometida, que agarraba al chupete de su bebé con tanta fuerza que nadie se atrevió a arrebatárselo y mucho menos a decirle, en esos primeros instantes, que ese objeto era lo único que estaba a salvo del fruto de sus entrañas. Su pequeño al igual que otros ocho niños no sobrevivió al calvario de los cinco días que estuvieron a la deriva en alta mar, hacinados en una zodiac de apenas seis metros. El caso nos conmociono a todos por cruel y espeluznante. De los diez niños que embarcaron sólo uno sobrevivió y de los 48 adultos llegaron 15 menos a las costas de Almería. No había palabras para explicarles a esas madres que sus niños fueron tirados por la borda, que habían muerto en sus brazos sin que la mayoría de ellas, también al borde de la muerte, se percatara. Fue tal el horror de la travesía que a duras penas pudimos saber que durante ese infierno estuvieron sin agua ni comida, que la mayoría bebieron agua del mar y que durante el trayecto se cruzaron con varias embarcaciones que no les auxiliaron. .