El secuestro del yo
Tenemos que aprender a sustituir la palabra “crisis” por la palabra “riesgo.
Toda la cultura moderna está aliada con la tecnología y con la ciencia (la biología, la comunicación) para disminuir o anular la importancia y significación del yo. Si ampliamos la noción de libertad y hablamos del sujeto, se puede aplicar a él todo lo que decimos de ella. El hombre actual no tiene libertad (facultad) sino que es un yo (unidad) un sujeto libre. Hay un distanciamiento entre la modernidad y el yo de tal manera que no transcribe toda la subjetividad del individuo. Todo lo que le rodea (y le rodea todo) le afecta directamente. Hablemos del poder. ¿Quién manda en mí? Los ciudadanos pueden decir a los políticos, vuestros privilegios son nuestras esclavitudes, vuestros caprichos, nuestras privaciones, vuestros gastos, nuestros impuestos. La modernidad no ha sabido repercutir o interpretar la profundidad del hombre como sujeto de la historia. Por ello ha podido escribir A. Giddens que toda la modernidad es una cultura del riesgo del yo, un riesgo moral. Entre dicho riesgo se encuentra la libertad como democracia. El desprecio del yo forma parte del desprecio profundo que la ciencia y la cultura moderna sienten hacia la tradición o el pasado. Reivindicar hoy la fuerza del yo es un peligro frente a tantas instituciones o sistemas que oprimen al individuo. Es una desestimación constante de la conciencia. Hay que universalizar y globalizarlo todo, incluidos los sentimientos y los derechos, a pesar de que dicho proceso haga que el yo esté siempre presente en todo y no sea distante de nada.¿Cómo podemos rescatar a este yo secuestrado de su insignificancia ante los sistemas abstractos y demoledores de la conciencia?
La ambientación o el paisaje social de la humanidad son desoladores. Nadie quiere salir de sí mismo, renunciar a su mismidad y comprometerse con los demás. Hasta el matrimonio y la familia se han roto como símbolo y realización de la unión del yo y del tu. Hoy día, sólo se pide a los jóvenes que se comprometan, durante el más largo tiempo posible, con otros sin más vínculo que el amor. Con la economía sucede lo mismo. Conviene que haya pobres para que haya ricos, piensan algunos. La igualdad no fue posible. Se puede decir lo mismo con el ejercicio del poder: unos tienen que obedecer para que otros puedan mandar, unos tienen que aportar, pagar, para que otros puedan vivir de la política. ¿En qué hemos convertido nuestros sistemas democráticos o nuestras instituciones? En organizaciones o estructuras del poder. Todo es poder y sólo poder. Los problemas y sufrimientos personales no importan.
Tenemos que aprender a sustituir la palabra “crisis” por la palabra “riesgo”. Donde hay libertad hay riesgo, hay crisis, porque la misma libertad es algo mudable, emigrante, cambiante. Por ello, es necesario buscar algo más consistente. Esos son los valores con vocación de permanencia. Son los únicos que garantizan la identidad, cohesión y permanencia del yo, a pesar de los avatares de la cultura moderna como riesgo. Nada hay en la sociedad algo más cambiante que la política. Tenemos que dotar a las democracia de estabilidad pero eso no se consigue teniendo secuestrado al yo.