Los
acontecimientos políticos y económicos se acumulan de tal manera que es
muy complicado un seguimiento y una valoración que no se salgan de los
cánones justos y de la decencia de todo pensamiento libre. Como les
anuncié hace bastantes días, se ha producido la absolución del juez
Garzón en el juicio por los crímenes del franquismo, lo que salva a los
tribunales del peor de los desprestigios pero que no salva al magistrado
de la condena anterior a la expulsión por once años, a no ser que el
recurso entablado se resolviera con rapidez y de forma favorable para el
condenado. Por otro lado, la declaración judicial de Urdangarin ha
puesto el caso al rojo vivo y también ha tenido un efecto paralelo, que
es el distraer la atención de otros casos gravísimos de corrupción,
algunos de ellos vinculados a las dos administraciones autonómicas
preferidas por el yerno del monarca. Es muy curiosa esa furia de la
extrema derecha contra el esposo de la infanta y esa benevolencia de la
misma con otros casos de corrupción.
Todo sucede al tiempo que la situación de la economía se
entenebrece cada vez más, ahora como consecuencia del conocimiento de
los términos exactos del déficit de 2011, el famoso 8,51%. Tiene razón
la derecha cuando echa culpas al anterior Gobierno, y la pierde cuando
se olvida de que la mayor parte de ese déficit viene de las autonomías
que ella controla, y olvida también que todo irá de mal en peor al
compás de la política de ultrarrecortes del actual Gobierno, que puede
dejar a España en unos meses a los pies de todos los caballos. Triste
país el que se mueve dentro del trinomio Déficit/Garzón/Urdangarin, esa
especie de tridente lleno de significados y en el que sólo el diente
Garzón nos coloca en la querencia de la decencia y de la esperanza.
Pobre país este que ve alejarse cada vez más esa esperanza soñada.