Eléctricas: un anticipo para 2011
La mayor subida de las tarifas eléctricas en más de veinte años no se ha hecho esperar para ser anunciada hasta el día 2 de enero. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no se ve en la necesidad de ofertar disimulos. Amenaza con cambiar unilateralmente las reglas de la negociación colectiva y el cambio del sistema de pensiones. Sigue sin asumir un compromiso de que las duras medidas adoptadas por su gobierno sean suficientes y se reserva el derecho de incrementarlas. Por otro lado, no se tiene noticia de que haya una modificación fiscal para las rentas más altas ni que el reparto de bonus y gratificaciones -en esas mismas empresas eléctricas que reciben una nueva inyección de dinero por medio de una subida increíble de sus cotas- vaya a ser modificada.
Hay algo en el ambiente que huele a derrota total de los derechos de los ciudadanos. La asunción de que la dictadura de los países poderosos de la Unión Europea y de los mercados no tiene la menor posibilidad, siquiera, de ser matizada, ha generado tres sentimientos en la sociedad: miedo, resignación y depresión colectiva. En realidad son fenómenos encadenados. Hay miedo porque existe la certidumbre de que las cosas pueden empeorar para casi todos. Hay resignación porque se está consiguiendo que se acepte que las enormes desigualdades fiscales y laborales son inevitables. Y depresión porque no se atisba en el horizonte ninguna luz que indique que podremos revertir esta crisis ajena a los trabajadores, a los pequeños empresarios y a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y esta depresión inmensa y colectiva tiene que ver con que se nos obliga a observar que los mismos que han generado la crisis están aprovechando sus efectos para sentar unas reglas de juego propias de un capitalismo salvaje que creíamos que era irrepetible.
La posición de José Luis Rodríguez Zapatero es numantina. Pretende inmolarse personalmente en este proceso esencialmente contradictorio con su pretensión de ser socialdemócrata. Creo que hay algo falso en su actitud: quizá hiciera falta un gesto de que la reforma de las pensiones pudiera afectar a las especiales condiciones que tienen ministros y parlamentarios. Quizá un retorno del impuesto de patrimonio. Su eficacia está condensada en las clases más débiles. Empieza a ser sospechoso ese entusiasmo que ni siquiera puede esperar al 2 de enero.