En el cerro de Hita, con Ángel Trillo
Me acaba de llegar a las manos un libro sobre Hita. Escrito por su cronista municipal, Ángel Luis Trillo Blas. Y editado por Aache con pulcritud y elegancia: textos, dibujos, fotografías antiguas, evocaciones y recuerdos, historias y leyendas, personajes reales e inventados… un mundo que cabe en ese cerro que nos grita memorias.
La Colección “Letras Mayúsculas” de la editorial AACHE, que va ya por el número 74, se suma ahora un libro de emociones y datos. Un libro que firma Ángel Luis Trillo Blas, y que titula En el Cerro de Hita (personajes, historias y leyendas). Son 150 páginas en las que caben elegantes dibujos, curiosas fotografías antiguas, y un texto que sorprende por ser la primera aparición en libro del bien medido escribir de este autor, que ejerce de cronista de su pueblo, de guía por sus calles, y de esencial sabedor de sus memorias.
Anécdotas de Hita
En la breve presencia de este libro, se suman hasta once capítulos por los que desfilan personajes, leyendas y sucedidos. Destacar algunos es tarea fácil, porque tratan de cosas conocidas, pero con visiones nuevas. Así, nos habla rememorando Viejos Tiempos del periodista alemán Müller, del hispanista norteamericano Naylor, de don Manuel Criado y su esposa Isa, del gran actor Carlos Ballesteros, del mítico Jaime Blanch, o de la veterana actriz Gloria Osuna, todos ellos procurando darle vida nueva a esta vieja villa. Recuerda el autor –y lo hace con un lenguaje que a mí me parece perfecto, de tan clásico, como azoriniano, celiano, becqueriano…– cuando la Casa del Arcipreste era todavía un caserón abandonado que solo se usaba para almacenar trajes y trebejos, y los chicos alucinaban pensando en presencias diablescas, ruidos misteriosos procedentes del pozo, luces y sombras surgidas de sus pasillos recónditos.
En el Cerro de Hita, por Ángel Luis Trillo.
En otro capítulo que Trillo titula Escritores de paso son los personajes que dieron pálpito a Hita quienes cobran vida y recuerdan sus caminares lentos: es Camilo José Cela, a quien tanto gustó el pueblo, que en sus últimos años como Premio Nobel de Literatura titulaba sus escritos en ABC “Desde el Palomar de Hita”; a Manu Leguineche le dedica un denso recuerdo, porque el periodista vizcaíno eligió vivir en el Tejar de la Mata, junto a Cañizar, porque era el mejor lugar para contemplar Hita en la distancia. Son luego recuerdos de Juan Elegido Millán (el profesor Max) quien de aquí descendía, o de José Luis Sampedro, el Dr. Rodríguez de la Fuente (Félix) o Cristina Morató, todos ellos enamorados de Hita. Como otros escritores que lo demuestran en sus variados escritos; Ángel Romera, Jesús Carrasco, Julie Sopetrán, o músicos como Gregorio Paniagua, o dramaturgos como Matienzo, pintores como Jesús Campoamor, poetas como Suárez de Puga y García Marquina. Y al fin (con un capítulo para ella sola) la argentina Beatriz Lagos, quien aquí adensa su obra poética y literaria, y de aquí saca su trilogía de Hita… entre el pulular incesante de intelectuales, Ángel Luis Trillo espiga la presencia de cazadores, como el médico José Sanz, y el torero Luis Miguel Dominguín, la alcaldesa Amparo Ayuso, a quien tanto deberá siempre Hita, y en definitiva la memoria, que este libro cuaja de tantos personajes que se han asombrado ante la puerta de Santa María.
De entre los capítulos de este libro En el cerro de Hita, destacaría aún el que titula “Obuses en el Cerro” donde se cuenta, con pelos y señales, el por qué de tantas huellas de la Guerra Civil en este lugar, talladas en marzo de 1937 y con repercusiones mucho más allá en el tiempo. O el sofisticado y elegante capítulo dedicado al Arcipreste, alma mater siempre de este lugar: El espíritu de Juan Ruiz, que sigue impregnando todo cuanto aquí se hace.
Creo sinceramente que con Ángel Luis Trillo Blas, la Alcarria gana un nuevo nombre en sus anales de escritores con estilo y con mensajes, porque ha escrito con elegancia un largo mensaje, contundente, claro y atractivo.
Ernest Hemingway pasó por Hita en marzo de 1937.
Tarea de Cronista
Quiero expresar, desde mi vieja responsabilidad de cronista, la alegría que me ha dado el comprobar cómo, en una situación concreta y plausible, un ayuntamiento de la Alcarria ha sabido ser consecuente con su tarea de hacer mejor y más vivible un pueblo, nombrando para el cargo de Cronista Municipal a dos personas esenciales en la vida cultural, y en el humano latir, de una pequeña localidad. Hace un par de años, el Ayuntamiento que dirigía José Ayuso Blas propuso y aprobó el nombramiento de Elena García y de Ángel Luis Trillo como sus cronistas locales. Ella como artista y profesora de habilidades gráficas, y él como concienzudo analista del pasado y buen manejador de las palabras, dichas y escritas.
Esa tarea, que es mínima, barata, pero esencial, de buscar a los mejores y más capacitados vecinos para que ejerzan de Cronistas de una localidad, es en la que andamos empeñados desde hace algún tiempo en la Asociación Provincial de Cronistas de Guadalajara. El miedo de muchos alcaldes a nombrar cronistas nace de la posibilidad de que estos les compliquen la vida, denunciando desafueros o inconsistencias. Sin embargo, la realidad se demuestra muy otra: los cronistas atienden más a resaltar lo positivo, lo emocionante, el lado riente de los pueblos. Pero siempre están, o debieran estarlo, atentos a que no se rompan las reglas de la urbanidad y el urbanismo, en sentido general, se entiende.
Hita, un pueblo con encanto.
Ahora es Ángel Luis Trillo ese ejemplo en el que nos miramos los cronistas. Un hombre afable y sabio, medido en todo, heredero de un apellido que es historia en sí mismo, historia cuajada, de muchas generaciones hiteñas. De sus ancestros quedan tallados los nombres en las lápidas blasonadas de la iglesia de San Juan, y él mismo ha sabido concentrar en sus escritos las memorias de aquellos que fueron caballeros, mercaderes, cristianos y judíos, frailes y poetas. Y ahora llega, cumpliendo a ultranza su cometido más claro: dejando un libro en el que se posan a lo largo de once capítulos muchos recuerdos y anécdotas de Hita. Con fotografías recuperadas de viejos archivos, con alusiones a vivos y muertos, a fiestas y entierros, y sobre todo con la sobriedad y elegancia con que estas cosas deben hacerse. La Cultura, en fin, que nace de estos pequeños pueblos en los que, se quiera o no, sigue latiendo el pasado y dando destellos sus viejos edificios.