Enclaves históricos

29/10/2018 - 12:12 José Serrano Belinchón

Atienza es una de esas plazas. 

Existe una complacencia por parte del hombre de todos los tiempos en dar a conocer en todo el entorno en el que vive; otra similar lleva al individuo a dar a conocer el fruto de su trabajo, muy humanas las dos. Entre ambas, creo haberme visto cogido de manos en los últimos días. No creo que el motivo haya sido otro que el haber visto la luz la última edición de uno de mis libros, el dedicado a la villa de Atienza, cuya justificación en piedra multicentenaria, su acopio de arte en cualquiera de sus iglesias, sus retazos de literatura y de historia escrita a lo largo de todo un milenio, al margen de otra media docena de plazas más en el resto de la provincia, conforman el hipotético escaparate que, como parte de un joyel han ido tomando cuerpo e importancia a lo largo de los siglos. Atienza es una de esas plazas.

El hecho de que no solo haya sido la Iglesia local la que se haya mostrado interesada desde hace años, por dar a conocer la amplia variedad de su patrimonio artístico -empeño feliz al que se ha incorporado el Ayuntamiento- es un hecho palpable en defensa de la en apariencia inevitable extinción de la villa, con todo su mensaje y con todas las glorias de su pasado. No hay duda de que la aparición del nuevo libro, tanto para propios como para extraños, podrá ser –el tiempo nos da la razón- un empuje efectivo, una dosis de vitalidad pensando en los que llegan de fuera, imprescindible para mantener su interés, y con ello también su población, así como la sonoridad de su nombre, que las glorias de un pasado lejano le tienen reservado.

  Momento ideal éste para volcarse a favor de esta villa señera, para responsabilizarse de su presente y, sobre todo, de su futuro, cada uno desde su puesto de trabajo, al que siempre se debe considerar como su puesto de servicio; pues no todos en cada momento somos capaces de servir - un verbo especial para privilegiados, Digo eso porque fue allí, en la admirable villa que ahora no ocupa, donde muy a mi pesar tuve que llamar la atención al joven que me sirvió en uno de los bares, correctamente, sí, pero con una sobrecarga en el precio del servicio, de un cincuenta por cierto, si no más, de lo que por la misma consumición me hubiesen cobrado en el mejor bar de mi calle; y hablo de la capital.