Entre cínicos y fariseos
19/01/2011 - 00:00
Hay problemas o excesos políticos que no tienen remedio. Otros lo tienen, pero quienes podrían evitarlos no lo hacen porque viven de la prolongación del problema o de su demora. Hablo de los problemas que plantean los partidos nacionalistas. Quieren la independencia de España, pero en términos democráticos -un ciudadano, un voto- carecen del número suficiente para lograr su objetivo así que optan por una estrategia de desgaste. Buscan el hartazgo de quienes queremos seguir siendo españoles. La fuerza política de los nacionalistas nace de una Ley Electoral que les otorga una sobre representación parlamentaria.
Con la mitad de votos, los nacionalistas obtienen el doble o el triple de diputados que aquellos partidos que presentan listas en toda España. Esta es la almendra la cuestión. El PNV con trescientos mil votos o CiU, con setecientos mil, condicionan las líneas políticas estratégicas de un país de 47 millones de habitantes. Bastaría con cambiar la mencionada ley para que el mandato constitucional que establece la igualdad de todos los españoles fuera respetado. De paso, se instalaría cierta cordura en la vida nacional; cordura que evitaría los excesos que se derivan de las exigencias de los partidos y los lobys nacionalistas. Bastaría, ya digo, con cambiar la ley, pero para eso tendrían que ponerse de acuerdo el PSOE y el PP. Y tengo para mí que no lo harán. ¿Por qué? Pues porque Zapatero, gracias al oxígeno del PNV, ha conseguido aplazar la agonía de la legislatura, y, en el caso de Rajoy, porque como hombre precavido que es, analiza las encuestas y ve que el año que viene, para llegar a la Presidencia del Gobierno, podría necesitar la reedición de aquél "Pacto del Majestic" que de la mano de Jordi Pujol llevó a José María Aznar a La Moncloa.
Ya digo, podrían resolver el problema, pero no lo harán porque de una u otra manera, todos tienen intereses creados. Así que cuando algunos de los que podrían zanjar los abusos de los nacionalistas claman al cielo por el último de esos abusos -uso de traductores en el Senado. Coste: 300.000 euros al año- dan ganas de mandarles a paseo por cínicos o, peor aún, por fariseos.