Entre pepinos y móviles

01/06/2011 - 00:00 Julia Navarro

 
Aún no nos hemos repuesto del susto a cuenta de los pepinos presuntamente portadores de una bacteria mortal, cuando desde la Organización Mundial de la Salud nos alertan que los teléfonos móviles pueden ser cancerígenos. La noticia en sí es una auténtica bomba y no se puede dejar pasar por alto. Una treintena de científicos de 14 países que trabajan para la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer, dependiente de la Organización Mundial de la Salud, han llegado a la conclusión de que el uso continuado de los móviles puede provocar un tipo de cáncer en el cerebro.

   Inmediatamente, los portavoces del sector de las telecomunicaciones se han puesto en marcha para decir que esas afirmaciones no son concluyentes, que hay otros estudios que dicen que los móviles son inocuos, o al menos tan inocuos como el café, etc, etc, etc. Incluso los responsables políticos se muestran extremadamente cautelosos temiendo el choque de trenes que se puede producir entre la defensa de la salud y los intereses multimillonarios de las grandes compañías de telefonía. Porque ese es el quid de la cuestión. Los móviles se han convertido en un elemento casi imprescindible de nuestra vida cotidiana, y tanto es así que no es difícil ver a niños que apenas levantan dos palmos del suelo con su propio móvil. Pero hay más.

   Millones de jóvenes, y no tan jóvenes, de todo el mundo se pasan el día con pinganillos metidos en los oídos conectados al móvil. Porque a través del móvil escuchan su música preferida, la radio, están conectados con Internet, etc, etc, etc. Es tal el volumen de negocio que mueve la telefonía móvil que poner en cuestión su uso supondría un cataclismo para muchas empresas, y resulta que esas empresas son grandes multinacionales con intereses potentes en todos los Estados, capaces por tanto de poner en marcha toda su artillería para hacernos creer que no pasa nada y que los móviles son inocuos. Y el problema es que los gobiernos pueden dejarse llevar por esa corriente, asustados de las consecuencias económicas que pueden suponer que los ciudadanos, de repente, empiecen a considerar el móvil un elemento dañino.

   A mí, me parece que es imprescindible que los intereses económicos no callen la voz de los científicos y que los Gobiernos no nos engañen, es decir que si los móviles son efectivamente dañinos y pueden provocar cáncer tenemos derecho a saberlo. Es más, si fuera así, y parece que es así, los Gobiernos tendrían la obligación de hacer campañas aconsejando el uso moderado del móvil y señalando, lo mismo que en las cajetillas de tabaco, que es perjudicial para la salud. Lo que no sería admisible es que en nombre de intereses económicos nos engañen y, sobre todo, que nuestros jóvenes continúen enganchados al móvil todo el día como si fuera un aparatito mágico sin efectos secundarios. Tenemos derecho a saber y a decidir. Esperemos que con los móviles no suceda como con el tabaco, que han tenido que pasar décadas hasta que los Gobiernos han asumido que el tabaco mata.

  

  

  

  

 

  

  

  

  

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