Entre todos

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Nadie se imagina a un madrileño afanado en sus días libres en arreglar el pavimento de la acera que rodea el bloque de pisos donde vive, retejar la cubierta de la asociación de vecinos, dar una mano de pintura a los columpios del parque en el que juegan sus hijos o, simplemente, barrer su acera.
Esto, que resulta incomprensible en una sociedad urbana, es absolutamente habitual en el entorno rural alcarreño. Y lo es hasta el punto de que para numerosos pueblos es la única manera de mejorar sus plazas y de conservar su patrimonio.
Al margen de las tradicionales limpieza de caminos, calles o cunetas, los pequeños núcleos están recurriendo a la fórmula del trabajo comunal para llevar a cabo una serie de obras que de otra forma no tienen posibilidades de acometer. Buen ejemplo de ello es Tendilla, donde el Ayuntamiento ha ejecutado distintas obras en lo que va de legislatura, gracias en parte a la colaboración ciudadana de varios vecinos, a los que mueve únicamente el afán de trabajar por su pueblo. Pero no es el único. En otros muchos, los vecinos sin ingenieros ni arquitectos que den el visto bueno a los proyectos, se encargan de hacer realidad cualquier tipo de infraestructura paliando de este modo la falta de recursos. Pero además estas jornadas voluntarias de trabajo son también una forma de relacionarse entre los vecinos y, sobre todo, actuar sobre el mantenimiento de las localidades. De hecho, el trabajo comunal permite tener limpio el pueblo y realizar obras menores a la vez que potencia la vida comunitaria. Por ello, no es de extrañar que después de una jornada de trabajo, se concluya con una comida en el centro social. La costumbre no parece nueva ni exclusiva de Guadalajara. Hay pueblos en otras comunidades que tienen regulado desde tiempos ancestrales que los vecinos ponen el azadón para arreglar caminos y que el vino corre por cuenta del concejo. Sin duda una práctica costumbre.