Envidia y gorda

16/12/2016 - 14:25 Antonio Yagüe

Algunos sostienen que la lotería ha crecido en un grado exponencial a los índices globales de envidia. Sobre todo, gracias a internet.

En 1852 cuando el Gordo tocó en Molina de Aragón el décimo o boleto costaba 60 reales y el premio alcanzaba las 120.000 pesetas, unos 722 euros actuales.  Nada que ver con los 400.000 euros del sorteo del día 22. Entonces daba para adquirir casas, piazos y ganados. Pero cuentan que quienes habían comprado alguna papeleta del  histórico 11528  no lo celebraron en público, ni se dieron a ver, ni nunca se ha sabido con certeza ni de qué familia eran. Había miedo a que los consideraran gente con perras y les robaran. Dicen que quienes no compraron se murieron de envidia toda la vida.
    Psicólogos, moralistas, y otros expertos tienen claro que este  sexto pecado capital desde la clasificación establecida por el papa San Gregorio, ha sido el principal motor de un sorteo no tan generoso como parece si se tiene en cuenta el pellizco que se queda Montoro. El mecanismo es muy sencillo. Sin ser un experto en cálculo estadístico, uno es perfectamente consciente de que este año tampoco le va a tocar: Pero termina adquiriendo el número, siempre “bonito’, por una poderosa razón que nada tiene que ver con la esperanza de hacerse millonario. Lo compra porque no soporta la felicidad de los demás en el remotísimo caso de que les tocase. Para vivir quizá ni siquiera necesitemos el dinero, pero desde luego necesitamos el honor y que no nos tomen por gilipollas.
    Algunos sostienen que la lotería ha crecido en un grado exponencial a los índices globales de envidia. Sobre todo, gracias a internet. En la era de Instagram el dinero, que antes se disimulaba más, se pregona. Tanto como la belleza. El organismo de Loterías ha adelantado hace unos años su campaña al verano para que la gente vaya picando en las playas levantinas o las fiestas del pueblo, no vaya a ser que les toque a los demás y a mí no. Hasta en la Conferencia Episcopal Española se juega a un número. Que tampoco tocará,  a pesar de la posible pero improbable intervención divina.
    El humorista Chumy Chúmez me dijo en una entrevista que si hubiera un solo hombre inmortal, sería asesinado por los envidiosos. Es muy fuerte que hayamos hecho depender la felicidad del fracaso ajeno más que del éxito propio.