Escrachados

20/02/2016 - 23:00 Javier del Castillo

Me imagino el canguelo que debió de pasar el otro día el concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, José Javier Barbero, cuando doscientos policías municipales decidieron ejercer su “libertad de expresión” y le increparon por la calle, obligándole a buscar refugio en un mesón cercano a la Plaza de la Villa.
Me pongo en su lugar y comprendo su indignación, expresada en rueda de prensa cuando ya habían dejado de perseguirle. Entiendo también su deseo implícito de tomar medidas disciplinarias contra esos subordinados, pero no me consta, por otra parte, que este combativo dirigente de Ahora Madrid recriminara a quienes “escracheaban” sin piedad hace algunos años a Soraya Sáenz de Santamaría o a Alberto Ruiz-Gallardón. Peor todavía, estaba decididamente apoyando a los “escracheadores”.
Tanto el acosado Barbero como los compañeros de la plataforma ciudadana que hoy rige los destinos de Madrid consideraban entonces que sus acciones no eran más que la pura expresión de un derecho. Textualmente: “un mecanismo de participación democrática de la sociedad civil”. Vamos, que el acoso a los dirigentes del Partido Popular estaba perfectamente justificado y que entraba dentro del sueldo, por “fachas”, “chorizos” y “sinvergüenzas”.
Quienes ahora se escandalizan por el escrache del que ha sido objeto el concejal del Ayuntamiento de Madrid deberían de saber que la libertad de expresión y los derechos de los ciudadanos son iguales para todos. Aquellos que en lugar de solidarizarse con las víctimas alentaron las protestas y coacciones a ministros, diputados y dirigentes del partido en el Gobierno – cuando no participaron también en ellas – tendrían que reflexionar un poco sobre el respeto al adversario político y sobre la seguridad de las personas en una sociedad democrática.
La incitación al odio que denuncia el “escrachado” concejal madrileño – “alguacil alguacilado” – se ha convertido en algo demasiado frecuente en la vida política y social española.
Ahora bien, no me parece que la mejor receta para recuperar de nuevo la concordia y la calma sea ofender a quienes no comulgan con tus creencias religiosas ya quienes defienden arraigadas tradiciones. O cambiando nombres de calles y revisando la memoria de ilustres antepasados.