España errática
«Yo siempre les digo a los alumnos que corrijan, que corrijan siempre. Del error se aprende mucho», reiteraba una vieja maestra.
Decía Santiago Ramón y Cajal hace más de un siglo: “Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia.” La cita se me quedó grabada en alguna lectura juvenil. Lo he recordado en estos días de investiduras, embestiduras, pinganillos, pingos y de políticos listos a amnistiar a otros políticos.
Podría venirle al pelo al partido que nos gobierna, si en Ferraz escucharan las advertencias del presidente García-Page. O pasaran del postureo, -amnistía en el Parlament, no; en el Congreso, sí- del ministro estrella de la pandemia Illa, ninguneado por los secesionistas como Arrimadas, pese haber ganado las elecciones en Cataluña. O atendieran a algún socialista auténtico que debe quedar, dicen, en la margen izquierda de la ría de Bilbao.
«Yo siempre les digo a los alumnos que corrijan, que corrijan siempre. Del error se aprende mucho», reiteraba una vieja maestra. El ejemplo vale para casi cualquier persona. Pero los políticos con recetas para resolverlo casi todo desde una poltrona con sueldazo -y dejarlo peor que lo encontraron- parecen ajenos a la sabiduría popular.
Asusta ver estos días agrios debates, mítines domingueros fuera de campaña, manifestaciones gigantescas y zapatiestas parlamentarias frente a conversaciones pausadas en la tienda y el ascensor. Parece que cuatro formaciones independentistas con un Gobierno de la mano nos llevan, error tras error, a Dios sabe dónde. Si al final, su receta es pedirnos votar por quinta vez en siete años, quizá sea hora de hacerlo mejor.
Unamuno, Baroja y Galdós lamentaban no entender a los españoles, capaces de lo mejor, como montar un imperio en el que no se ponía el sol, y de soportar lo increíble. Por ejemplo, dejándose engañar al límite por los franceses y repatriando a un rey felón, Fernando VII. Puede que andemos en otra parecida.