Este Papa, esos intolerantes
Viene Benedicto XVI a España, a Santiago de Compostela y a Barcelona. Su imagen se va a ver en todo el mundo y tanto la conmemoración del Año Jacobeo como la consagración de la Sagrada Familia tendrán un impacto mediático de enorme relevancia. Al margen de lo importante -el mensaje evangélico-, ¿cuánto vale esa publicidad en todo el mundo? ¿Cuántos ciudadanos van a descubrir Galicia o el universo mágico de Gaudí y tal vez vengan mañana a visitar ambas ciudades? Esa es, sin embargo, la parte más anecdótica de la visita, porque el fondo real, lo que molesta a muchos, es el mensaje que viene a transmitir este Papa al corazón de una sociedad "secularizada", que va olvidando sus raíces cristianas y que, sin embargo, puede, debe, encontrar en ellas las claves para salir adelante.
Esta sociedad descristianizada, atacada por un "laicismo agresivo" que pretende borrar de la calle la presencia de la Iglesia Católica o llevar a los fieles a la sacristía es, sin embargo, una sociedad con profundas raíces católicas y con algunos "brotes verdes" muy sólidos. Los católicos que van todos los domingo a misa son muchos más que todos los militantes de todos los partidos y sindicatos juntos. Multiplican por cinco los fieles de todas las demás religiones juntos. Son datos. En la fría Inglaterra, que Benedicto XVI acaba de visitar, le recibieron de uñas, le escucharon con atención, con curiosidad y respeto y le despidieron con reconocimiento y con calor. "Le retrataban como el 'rotweiler' de Dios y ha resultado ser un buen chico" escribía el comentarista de The Sunday Times. ¿Qué pasará en España? Me temo que tenemos mucho que aprender.
Este Papa que viene a España es uno de los grandes intelectuales de estos momentos. Uno de los pocos. Es un hombre riguroso y comprometido. Es el Papa de Cáritas o de Manos Unidas y de los miles de misioneros que nunca abandonan a quienes sufren en los peores lugares del mundo. El Papa de la solidaridad, el que apremia a los líderes internacionales para que luchen contra el hambre y las enfermedades, contra el comercio de armas, contra la exclusión social. Es el Papa que ha pedido perdón por los casos de pederastia de algunos miembros de la Iglesia -aunque no sólo en la Iglesia ha habido gravísimos casos- y ha prometido tolerancia cero contra esta lacra terrible. Es el Papa de la justicia y la paz, del diálogo entre religiones y entre ciencia y fe. Si la Iglesia española, también la Iglesia de Benedicto XI, dejara su lugar en la educación, en la atención a la pobreza y la marginación, a los enfermos, a los desahuciados, a los emigrantes, la sociedad española se quedaría desguarnecida.
Que la voz de Benedicto XVI, el mensaje evangélico, sea escuchada libremente en la plaza pública. A nadie se le obliga. Que los políticos y los ciudadanos escuchemos el mensaje de paz, de libertad, de solidaridad, de compromiso. La pregunta no es cuánto cuesta el viaje del Papa sino cuánto vale.
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