Estrategias
Conocemos el borrador de la Estrategia Española de Seguridad que Javier Solana está preparando por encargo del Gobierno. En el documento se sitúa a ETA en "estado terminal", pero se advierte de los nuevos peligros que nos acechan: desde el terrorismo transnacional, la delincuencia organizada y la proliferación de armas de destrucción masiva hasta la inseguridad económica, la vulnerabilidad energética, los ciberataques o los flujos migratorios incontrolados. En una lista tan diversa echo de menos la desafección política, el divorcio progresivo entre gobernantes y gobernados, mal creciente detectado desde hace tiempo en España por las encuestas y que en otros países ha sido la puerta de entrada de engendros políticos que han alcanzado la cima del poder.
En todas las elecciones los candidatos y sus partidos nos ofrecen perlas que sirven de combustible para ilustrar y avivar este distanciamiento. Y las elecciones catalanas no están defraudando. El presidente de ERC, Joan Puigcercós, atizó el victimismo fiscal de Cataluña a base de desenterrar viejos prejuicios y presentar Andalucía como una tierra subsidiada en la que "no paga ni Dios". El sensato Josep Antoni Durán i Lleida animó a los catalanes a procrear para compensar la creciente descendencia de los inmigrantes y evitar así que Cataluña tenga "fecha de caducidad". La candidata del PP, Alicia Sánchez Camacho, soltó en la red un videojuego en el que uno podía divertirse despedazando inmigrantes e independentistas. Y lo curioso es que cuando se suscitó la polémica arguyó que la culpa era de la empresa encargada y no del que hizo el encargo, sembrando sin querer una gran incógnita sobre sus cualidades para la gestión: si no es capaz de controlar su propia campaña electoral, los electores difícilmente la considerarán capaz de gobernar Cataluña. Para rematar la faena, con la que está cayendo, los jóvenes del PSC no tienen una idea mejor que animar al voto presentándolo como una acción capaz de despertar un orgasmo.
Y ante tanto humo apenas se vislumbran propuestas para, por ejemplo, salir de la crisis, reducir el paro o combatir la lacra de la corrupción, que ha tenido sonoras muestras en Cataluña con los casos Palau y Pretoria. O no las hay o se ocultan, y no se sabe qué es peor. El pasado fin de semana una encuesta electoral constataba que más del 70% de los catalanes confesaba no recordar ni una sola propuesta electoral. Cuando remate su trabajo, Javier Solana podría ponerse a reflexionar sobre este crucial asunto.