Ética y aritmética

28/01/2016 - 23:00 Jesús Fernández

evamos unos cuantos años, unas cuantas generaciones, oyendo hablar de las dos Españas, a partir de la conocida frase de A. Machado: “españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos españas te ha de helar el corazón” ¿Cuántas españas existen hoy? Los que acuden con frecuencia a esta expresión no saben lo que es un país dividido como yo viví las dos alemanias en los años 60-70 del siglo XX. Los grandes gobernantes de aquel tiempo nunca hablaban de “dos Estados alemanes” sino de una sola Alemania. Cuando preguntaba la razón de ese lenguaje tan cuidado, administrativo y constitucional, me respondían que era con vistas a no dañar la futura unificación que se produjo a partir de 1989. Ni siquiera las barreras físicas separaron el espíritu unificador de ese pueblo. Nunca hubo constitucionalmente dos alemanias (lo cual facilitó la reunificación) como tampoco debe haber entre nosotros dos españas constitucionales por mucho que se empeñen algunos en enfrentar, dividir, o incitar a la rebelión, a la desobediencia, a la separación o sembrar odios, rencores, venganzas.
Algunos abjuran del bipartidismo pero el legítimo pluralismo existente en la sociedad a nivel de opinión, preferencias o grupos políticos, nunca tiene que llevar a la división y enfrentamiento tan profundos como se experimenta hoy. Es necesario profundizar en el concepto de sujeto único de los derechos políticos y de la soberanía nacional que corresponde al pueblo español como hizo la Constitución alemana de 1949 donde se afirmaba que, a pesar de la guerra y de la derrota militar, Alemania nunca había desaparecido como nación y sujeto titular de derechos y soberanía. Una cosa eran los dirigentes militares (derrotados) y otra cosa muy distinta era el pueblo aunque vencido. Traducido a la situación actual entre nosotros, una cosa son los partidos políticos y otra cosa diferente es la democracia o soberanía nacional.
Por lo que venimos observando, lo único que divide a un pueblo es el afán de poder, de dominar, la pasión por dirigir o presidir y gozar de sus mieles por parte de alguno de sus dirigentes. Esto ya es una cuestión personal, con nombres y apellidos. La aritmética entra en conflicto con la ética. Hay del pueblo que siga ciegamente las ambiciones y pasiones de sus dirigentes, locos por mandar o a quienes el deseo de mandar enloquece. La razón, el diálogo, la consideración del bien común debe “dominar” en todos. Se perciben en los discursos y arengas, muchas ideas “leninistas”, mucho estilo marxista y totalitario de hablar y de referirse al poder, a los gobiernos, a los dirigentes por parte de algunos profetas exaltados y muy ambiciosos. La avaricia y la ambición de las personas son las dos claves que explican nuestra situación comunitaria. No hay poder-sacrificio frente al poder-dominio. Todos quieren mandar porque dicen que les ha “mandado” el pueblo pero ¿qué pueblo? ¿El de la ética o el de la aritmética? .