Facha, pedo, culo, caca, pis

15/02/2019 - 12:19 Emilio Fernández Galiano

Observo con asombro que personas ya bien maduras siguen recreándose o consolándose con epítetos tan simples como, al fin y al cabo, inofensivos.

 El insulto, en sí mismo, por esencia, es ofensivo. Ahora bien, hay insultos simples que dejan en peor circunstancia al insultador que al insultado. Y, sin embargo, hay insultos majestuosos, brillantes, geniales. Son esos los que hacen daño a quien los recibe y, en la mayoría de los casos, sin defensa alguna. 

Los primeros me recuerdan a la sencillez infantil con la que pecábamos en nuestra inocente y tierna personalidad; sólo citar por su nombre la ventosidad, nuestras necesidades fisiológicas o el órgano por las que emanan, nos hacía ser conquistadores en tierras inexploradas. Observo con asombro que personas ya bien maduras siguen recreándose o consolándose con epítetos tan simples como, al fin y al cabo, inofensivos. Y como ejemplo, en la reciente manifestación de Madrid reclamando elecciones, contemplaba atónito como “rojos de mierda” tildaban a los asistentes de “fachas”, “chusma” o “fascistas”. Qué decepción, pues muchos de esos adjetivos venían de gente bien formada. Sospecho que les puede más la pasión que el  raciocinio.

Nuestra literatura está plagada de ingeniosos insultos. La mejor referencia, la mayor de ellas, el Quijote: “Truhán moderno y majadero antiguo, de villana y grosera tela tejido, echacuervos, corazón de mantequillas, ánimo de ratón casero, alma endurecida, pan mal empleado». O de su coetáneo Shakespeare en boca del rey Lear: “Eres un tumor, una llaga que supura, una úlcera inflamada en mi sangre corrompida”

Nuestro Siglo de Oro es un divertidísimo paseo por las callejuelas de la fina ofensa. Desde el soneto quevediano de “Érase un hombre a una nariz pegado”, ejemplo de  los mutuos navajazos que entre el propio Quevedo y Góngora se propinaron. Éste se vengaba llamando al primero, por su afición al morapio, “Francisco de qué-bebo” o “Anacreonte español, no ha quien os tope”. Aclaro que Anacreonte fue un poeta de la Grecia clásica conocido por libertino y aficionado a la “mala vida”.

Probablemente, el madrileño de gafas redondas fue de los autores con más chispa de la época. Aceptó la apuesta con un amigo de que era capaz de llamar coja en su propia cara a la reina consorte Mariana de Austria –padecía una cojera ostensible, la dama-. De un florero agarró dos flores y se las ofreció a la señora: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad es-coja”.

 El mundo de la pintura es otro ring en el que los artistas se atizan de lo lindo. Picasso, después de que Matisse le presentara su boceto para la capilla de Venecia, le preguntó que si era para su cuarto de baño. Luciend Freud y Francisc Bacon se insultaban magistralmente. Amigos de juergas terminaron muy mal entre ellos y, contra todo pronóstico, con vidas longevas. El primero dijo del segundo que sus mejores pinceladas nacían cuando estornudaba. 

 Si hay que insultar, que sea con elegancia, con ingenio y, sin duda, con muy mala leche. Lo demás, son cosas de niños.