Fin de fiesta
Escribir sobre las ferias y fiestas es casi para mí una tradición, aunque cada año me resulta más difícil hacerlo sin repetirme.
Escribir sobre las Ferias y fiestas es casi para mí una tradición, aunque cada año me resulta más difícil hacerlo sin repetirme. No creo que ningún vecino de El Ferial, Adoratrices y Plaza de Santo Domingo (los barrios sacrificados por la música) hayamos cantado al estilo pamplonica el ¡Pobre de mí! lamentando que no haya más conciertos después del bullicio y barahúnda que hemos soportado coincidiendo con el primer sueño. Ya no me despertaré de repente a las 3’15 de la madrugada, sobresaltado por el silencio que caía sobre la plaza cuando los músicos guardaban sus instrumentos. Quizá los vecinos de otros barrios habrán sentido la tristeza y aún depresión de la postfiesta pensando que al otro día era lunes, volvía la monotonía del trabajo y llegaba el otoño con sus destemplanzas. Pero es seguro que nadie de esos tres sacrificados barrios ha pensado lo mismo después de las estruendosas noches padecidas. Y no es porque yo personalmente eche de menos la juerga y la bullanguera diversión de los peñistas. Por mi carácter, y ahora por la edad, las Ferias hace tiempo que dejaron de ser para mí días de expansión y diversión como para los peñistas. La edad sosiega el ánimo e invita más a la reflexión que a la acción. Por eso siempre me ha parecido un tanto radical la afirmación de San Agustín (que algo sabía de irreflexiones juveniles por su disipada juventud) de que hacer el loco una vez al año es tolerable, y yo añadiría, (con permiso de su madre, Santa Mónica), que en su puerta, pero no en la mía. Sin embargo la Biblia dice, y no seré yo quien la contradiga, que la alegría de los jóvenes es su fuerza, aunque no concreta que bien orientada y encauzada. También la irreflexión y el alocamiento son sus señas de identidad, por lo que decir joven y sensato suele ser un oxímoron. Esas cualidades pueden ser aceptables en jóvenes sin responsabilidades, así que habrá que obrar con cautela cuando en política tengamos que elegir entre jóvenes y senectos puesto que los primeros tendrán menos experiencia aunque posean más labia y mejor presencia. Volviendo a las fiestas pasadas, debe de tenerse en cuenta al programarlas no sólo a los que las disfrutan sino a los que por distintas razones –edad, salud, gustos, etc.- sólo participan con sus impuestos. En nombre de estos me quejo de que el concejal responsable no ha hecho caso de mi petición en versos endecasílabos, o sea un soneto, que termina“ que aleje de mí los festejos/ que las charangas al doblar mi esquina/ interpreten sus piezas con sordina/ o me avise para marcharme lejos” .