Flores para el ciclo vital
Hay flores para el rito y el juego, flores simbólicas, flores para el amor, para el agasajo y la despedida; flores para la vida y para la muerte
Entramos en el mes tradicionalmente dedicado a los difuntos. No es casualidad. El calendario sigue estando marcado por el ciclo anual de la naturaleza. La tierra también está muerta de alguna manera, aunque, afortunadamente para los seres vivos que la habitamos, sólo está un poco dormida; todavía sigue latiendo, serenamente, a la espera de las lluvias que vuelvan a remover su actividad y del arado que la airee y la prepare de nuevo para la sementera y para el fruto de la vida, en esa rueda eterna que nuestros ancestros representaban por símbolos circulares de brazos giratorios y estéticas variadas.
En los camposantos y también fuera de ellos, reposan los restos de los que nos dejaron. Con la vuelta a los ritos de cremación, las cenizas reposan también en los columbarios y en los lugares donde la última voluntad de los difuntos eligió para el reposo y el silencio de los siglos.
Geranios. Foto: José Antonio Alonso.
En estos tiempos vertiginosos que nos ha tocado vivir, los cambios se producen en un relativo corto espacio de tiempo. Los que ya vamos cumpliendo unos cuantos años hemos visto labrar la tierra con un arado romano y con tractores informatizados y hemos pasado de la comunicación con toques de cuerno para la dula al uso generalizado del móvil y a la comunicación por wasap, y -¡Quién lo hubiera pensado, en nuestra infancia!- de la inhumación de los difuntos al retorno de los ritos crematorios.
Cada vez vivimos más años, pero la parca sigue haciendo su trabajo calladamente y sabemos que, antes o después, acabaremos siendo ceniza, o mejor “polvo de estrellas”, que queda más bonito y resulta menos duro para los seres queridos que siguen en el camino que nuestros pies dejarán de andar.
De nuestro paso por esta tierra, que ahora reposa quietamente en la otoñada, quedará tan solo la memoria de lo que fuimos. En esto también nos igualamos a nuestros ancestros y a todos los que nos precedieron, pero, desde aquellos neandertales que ya ponían flores en las tumbas de sus difuntos (yacimiento de Shanidar (Irak)), hasta hoy, algunas diferencias en las creencias y en los ritos se van produciendo, otras siguen permaneciendo con cambios más o menos evidentes.
Viudas. Foto: José Antonio Alonso.
Tal vez uno de los elementos más perdurables y visibles en los ritos de estos días sean las flores que, un año más, adornan las tumbas de los cementerios. Algunas especies van unidas a este tiempo, porque su periodo natural de floración coincide con el otoño. Tal vez las más conocidas sean los crisantemos.
De mis vivencias infantiles en Marchamalo, recuerdo que por esta época florecía una especie de margaritas amarillas muy grandes que conocíamos con el nombre de “flores de té”, que se criaban junto a las acequias y se recolectaban para llevarlas al cementerio. También por esta época, más o menos, aparecen unas flores pequeñas de color violeta que por Guadalajara, curiosamente, se conocen con el nombre de “viudas”; me extrañó el nombre, hasta que un gallego me dijo que por su tierra se llevaban a los cementerios por estos días. Por la zona de Duruelo de la Sierra (Soria) la “siempreviva” es una planta unida a los cementerios, tal vez por su carácter perenne, se asocia la eternidad; en la Sierra Norte, aparece sobre los tejados de pizarra y hemos documentado su vinculación a la protección de la casa contra los rayos y tormentas.
Como vemos, algunas flores y plantas están relacionadas con la muerte y con la idea de la eternidad, pero son muchas más las que nos acompañan en otros momentos más alegres de nuestro ciclo vital: es habitual regalar flores a las recién paridas en ese momento mágico que supone el alumbramiento de un nuevo ser. También era normal que los niños y niñas nos hiciéramos collares, diademas y pulseras con las flores de primavera. En Malaguilla se tejían con una flores similares a las margaritas, que allí llaman “rilloras”; lo de rilloras vendrá seguramente porque con ellas se jugaba a las adivinanzas, arrancándoles los pétalos alternativamente, diciendo aquello de “ríe/llora” o “me quiere/no me quiere”, hasta que se llegaba al último pétalo que indicaba el resultado final del acertijo. También jugábamos a explotar pétalos de amapola, colocados como membrana sobre la mano cerrada y a otros muchos juegos que documentamos en “El juguete tradicional de Guadalajara” https://www.academia.edu/45211984/EL_JUGUETE_TRADICIONAL_EN_GUADALAJARA
Nuestras vidas están unidas por fuertes lazos a las flores, en el mundo rural, especialmente, donde alegran las puertas de las casas y algunas zonas de los huertos; también en nuestras culturas urbanas, donde ocupan las terrazas y los jardines públicos. La primavera con su estallido de flores y belleza nos llena de flores las costumbres y los ritos. Todavía mantengo el recuerdo de los muleteros que, en el abril serrano, traían adornadas las cabezadas de las mulas con lirios y “campanillas”. Por San Juan, se enramaban las rejas y ventanas de las novias o pretendidas en las sierras y en varios lugares de la provincia. Otros muchos ritos son impensables sin la presencia de las flores: las cruces de mayo alcarreñas, las mayas urbanas de Guadalajara, los altares y algunas alfombras del Corpus, las sanjuaneras de Sigüenza…
Mira, Platero, qué de rosas... Foto: José Antonio Alonso.
Las flores se siguen regalando en distintos momentos del ciclo vital: cumpleaños, aniversarios, bodas, despedidas, homenajes, jubilaciones. Muchas flores, además de su belleza, llevan aparejados mensajes simbólicos: las rosas rojas con el amor, el blanco azahar con la virginidad, las azucenas blancas con la pureza, el morado con el luto. Hay flores que se identifican con idearios políticos y con momentos históricos –la revolución de los claveles portuguesa, por ejemplo-.
Tradicionalmente, las flores iban unidas al ciclo natural de las estaciones, pero, en la actualidad, se cultivan en invernaderos o en lugares lejanos de climas diferentes, y hay flores disponibles durante todo el año, de manera que alrededor de esas ofrendas florales hay un negocio que mueve mucho dinero al amparo de la costumbre. Pero a su alrededor sigue existiendo un mundo de evocaciones, sentimientos y poesía:
Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color…Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo se me llenan de rosas, la frente, los hombros, las manos… ¿Qué haré yo con tantas rosas? (Platero y yo. Juan Ramón Jiménez).