Fobia sindical
01/10/2010 - 09:45
El comentario
Antonio Casado / Periodista
Supongo que no es causalidad la liebre soltada por Esperanza Aguirre, en vísperas de una huelga general, sobre la necesidad de recortar el número de representantes sindicales y el de horas dedicadas al ejercicio de la representación de los trabajadores en las empresas. En nombre de la austeridad, que ya ha afectado a funcionarios, pensionistas y otros estamentos de la vida social ¿Y por qué no también a los sindicatos y sus servidores?
Se habla mucho de la aversión de la presidenta de la Comunidad de Madrid a los liberados desde que éstos le reventaran algunos posados públicos. Al conocerse la mencionada propuesta, antes de formularla ante el parlamento autonómico con ocasión del debate sobre el estado de la región, fue acusada enseguida de arremeter contra los derechos de los trabajadores.
Un par de días después, ya en sede parlamentaria, tuvo buen cuidado en desactivar la acusación: El Gobierno de la Comunidad ajustará el numero de liberados sindicales para el ejercicio de sus derechos al número que les corresponde por ley, lo cual es respetuoso con los derechos de los trabajadores y con la ley. Además, permitirá aprovechar mejor los efectivos con los que cuenta la Administración autonómica.
Formalmente impecable la propuesta ¿Quién va a oponerse a una iniciativa destinada a racionalizar el uso de los recursos públicos en plena época de crisis? Sin embargo, no se trata de una propuesta que pueda ser tratada fuera de contexto. Es decir, sin aludir a una ofensiva de la derecha política y mediática, un tanto demagógica pero no carente de base, contra la actividad sindical y el propio fuero que la inspira.
Esa ofensiva caracteriza a estas organizaciones, reconocidas en la Constitución Española en su papel tutelar y representativo de los intereses de los trabajadores, como inútiles, apesebradas, vendidas a la causa del Gobierno Zapatero e insensibles al drama de los cuatro millones de españoles en paro. En semejante doctrina hay que buscar los antecedentes y la inspiración de esta ocurrencia de Esperanza Aguirre que, hasta el momento, no ha explicado cómo y cuándo la llevará a cabo.
Desde el punto de vista estrictamente político, es lógico que la presidenta madrileña tome decisiones o diga cosas que sintonicen con su electorado natural. Es lo que suele hacer siempre, en el uso de ese populismo de cercanías que la caracteriza. Y en esta ocasión, ha vuelto a hacer lo mismo. Se pone al frente de una manifestación contra los sindicatos que está ahí, latente, desde hace algún tiempo, porque esos sectores del electorado no acaban de ver la utilidad de estas organizaciones. Y a ella le ha faltado tiempo para levantar la bandera antisindical. Lógico.
Un par de días después, ya en sede parlamentaria, tuvo buen cuidado en desactivar la acusación: El Gobierno de la Comunidad ajustará el numero de liberados sindicales para el ejercicio de sus derechos al número que les corresponde por ley, lo cual es respetuoso con los derechos de los trabajadores y con la ley. Además, permitirá aprovechar mejor los efectivos con los que cuenta la Administración autonómica.
Formalmente impecable la propuesta ¿Quién va a oponerse a una iniciativa destinada a racionalizar el uso de los recursos públicos en plena época de crisis? Sin embargo, no se trata de una propuesta que pueda ser tratada fuera de contexto. Es decir, sin aludir a una ofensiva de la derecha política y mediática, un tanto demagógica pero no carente de base, contra la actividad sindical y el propio fuero que la inspira.
Esa ofensiva caracteriza a estas organizaciones, reconocidas en la Constitución Española en su papel tutelar y representativo de los intereses de los trabajadores, como inútiles, apesebradas, vendidas a la causa del Gobierno Zapatero e insensibles al drama de los cuatro millones de españoles en paro. En semejante doctrina hay que buscar los antecedentes y la inspiración de esta ocurrencia de Esperanza Aguirre que, hasta el momento, no ha explicado cómo y cuándo la llevará a cabo.
Desde el punto de vista estrictamente político, es lógico que la presidenta madrileña tome decisiones o diga cosas que sintonicen con su electorado natural. Es lo que suele hacer siempre, en el uso de ese populismo de cercanías que la caracteriza. Y en esta ocasión, ha vuelto a hacer lo mismo. Se pone al frente de una manifestación contra los sindicatos que está ahí, latente, desde hace algún tiempo, porque esos sectores del electorado no acaban de ver la utilidad de estas organizaciones. Y a ella le ha faltado tiempo para levantar la bandera antisindical. Lógico.