Gachas perdonadas

09/02/2019 - 14:57 Antonio Yagüe

El indulto les ha restado glamour para concursos en fiestas populares.

La foto del presidente y del consejero de Agricultura de Castilla-La Mancha dándose un festín de gachas con subalternos y amigos en el palacio de Fuensalida,  ha pasado inadvertida en la comarca. Quizá por la fecha, 25 de diciembre, entre comilonas navideñas y la cercanía a los Santos Inocentes. El festejo no era para menos: el Ejecutivo de Sánchez acababa de indultar la harina de almortas. Dejaba sin efecto la condena franquista a este ingrediente esencial del humilde guiso, que aplacó la hambruna de la postguerra.

  La literatura científica certificó una docena de muertes en España provocadas por una enfermedad neurodegenerativa llamada latirismo. El agente causal fue identificado como el consumo en exceso de un aminoácido neurotóxico presente en la almorta (el beta-ODAP). El Régimen, en plena campaña de lavado de cara hacia al turismo internacional con Fraga a la cabeza, no se anduvo con chiquitas y en lugar de recomendar un consumo más moderado y espaciado, lo prohibió en el Código Alimentario de 1967.

La secular pillería hispana del “hecha la ley, hecha la trampa”, siguió permitiendo  su venta como pienso o “producto destinado exclusivamente a consumo animal”. Y la gente utilizando esta harina, incluso como delicatesen en pueblos de la Mancha profunda, con el sabor añadido de lo prohibido. Medio siglo después, un Gobierno legal y elegido indirectamente nos ha redimido de la ilegalidad. “El riesgo para la población general del consumo de harina de almortas puede considerarse despreciable”, apoya el informe de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición.

En mi pueblo, quizá por influencia de haber sido provincia de Cuenca, se trabajaban más las gachas de guijas y titos. Además de plato apañado y económico, abuelos y padres nos recordaban su exquisitez en tiempos de miseria, sobre todo si se acompañaba de algún tosturrón de pan  y trocejos de tocino blanco. Cierto que ganaban mucho con jamón, chorizo, torreznos, setas o salchichas. 

El indulto les ha restado glamur para concursos en fiestas populares. Pero nuestras autoridades, en su faceta más manchega que castellana, podrían relanzarlas. Por ejemplo, obsequiando  con una sartenada a la primera ocasión que se presente al Rey y al Presidente, a sus esposas, ministras y ministros. E incluirlo como plato estrella en el fantasmagórico Parador de Molina. Si llega, claro.